Apocalypse Now: 2020

Dejé durante varios meses dejé abandonado este barco y, cuando vuelvo, el mundo que conocíamos está extinguido indefinidamente. No hay bares, ni restaurantes, ni clubs donde bailar, ni conciertos en agenda musical, ni talleres de marionetas para entretener a los nuevos humanos. No hay tiendas de decoración, ni de electrodomésticos, ni siquiera librerías o bibliotecas. Persiana cerrada a esa gran cadena de camisetas a cuatro noventa y nueve que iluminaba las grandes vías de nuestras ciudades, luz apagada en los suvenires kitchs de la vaca, en el café de cápsulas de aluminio, en el expendedor de satisfyers. El virus chino, apelativo cariñoso y xenófobo por igual con el que Donald Trump se refería al coronavirus COVID-19, ha acabado en cuestión de semanas con el mundo real. Y vivimos inmersos en otra dimensión, una distopía, una ficción devastadora en la que muere gente y se convierte en solo cifras, sin nombres, ni caras. En el lugar donde hace cuatro semanas había una feria de arte contemporáneo con algunas obras de precio astronómico; hoy hay un hangar plagado de baratísimas camas de hospital. El futuro nos ha vuelto a decepcionar.

Fotografía premonitoria del apocalipsis y la guerra, de John Gerrard.

Decía en 2019 una coach espiritual, Luz Arnau, entrevistada en una radio catalana, que este nuevo año sería muy duro, y en sus seis primeros meses iba a morir mucha [muchísima] población, y nos pedía que no nos asustásemos, pero que íbamos a vivir un acontecimiento global para golpear con un cambio de conciencia a la humanidad. Detallaba que vendría de Asia, y que sería una solución natural en forma bacteriológica o de virus. Sin duda, dio en el clavo. Hoy contamos en esta guerra a los soldados por millares; en cada ciudad, en cada pueblo hay gente enferma, más enferma de lo habitual. Se quedan sin aire, tosen bichos diminutos que se pegan a las suelas de los zapatos, en los lineales de supermercados, en bricks de leche, en la puerta metálica de la fábrica donde trabajan.

Y la gente empieza a dejar de oler, a dejar de saborear. La hipocondría congénita de esta sociedad, incubada en frascos de cristal esterilizado, hace aguas ante una pandemia que se lleva a los más mayores, que nos mata un poco más rápido que nuestra rutina, y nos obliga a alejarnos del enfermo. Nos cruzamos de acera ante cualquier hombre trajeado y con corbata; porque las cúspides de las pirámides han sido las primeras en contagiarse. Monarquías, gobiernos, academias, ciencia y religión: todos los poderes son protagonistas de esta nueva atrocidad con la que la humanidad pierde efectivos. Dejaremos en el aire si todo esto ha sido merecido, o no; porque la madre naturaleza sabe mucho más que nosotros. El darwinismo ilustrado es aquel anciano de 77 años que abandonó su confinamiento para buscar un Pokémon. Y así, tantos.

Muy recomendable para verla estos días, una de mis nuevas películas favoritas.

Todo esto sabíamos que iba a pasar tarde o temprano. Que la realidad siempre superó la literatura. Peliculones del género habíamos visto demasiados, como Contagio; con ese papel tan poco perspicaz —por fugaz— de Gwyneth Paltrow. O Guerra Mundial Z, donde Brad Pitt por fin hace de Brad Pitt. O la última, Virus, de Aashiq Abu. Todas maravillas del cinemascopio. Pero la realidad está mucho más cruda. Mejor seguirla desde el sofá y con Twitter desinstalado del terminal móvil. Testimonios de familiares cercanos que no se pueden despedir de sus seres queridos por estar contagiados nos hacen parecer menos humanos; más posthumanos. Ojalá fuéramos robots en estos días. Modo standby, y a hibernar o primaverizar esta temporada tan larga de holocausto y confinación.

En caso es que yo pasaba por aquí, y me empiezan a venir a la cabeza artículos de este blog absurdo que venían a referirse a todo esto. ¿Os acordáis cuando hablaba de que los posthumanos no viajarán, porque no es un derecho de nadie pisar la tierra de otros? ¿Recordáis cuando jugaba a tirar los dados contra dios para diseñar al humano perfecto, en una sociedad robotizada, presidida por Pedro Sánchez y sin servicio a domicilio? Pues me apetecía volver a recordarlo; que a veces llevo la razón y nadie me la da. Me la tengo que dar yo.

Estos días estoy leyendo mucho. Mucho y variado. Variado hasta lo perturbado. De poesía a prensa rosa, de narrativa actual a clásicos de enseñanza primaria obligatoria, que en su día eludí elegantemente (reconozco que hice trampas para aprobar varios controles de lectura). Entonces ya sabía que cada libro tiene su momento, y el de aquellos manuales de vida no podría ser a los doce años; tiene que ser ahora, al borde del precipicio de esa juventud que nunca querrá acabar. Por eso he leído Cien días de soledad, La metamorfosis, y Pedro Páramo. Qué tres maravillas, y qué relacionadas están con la esencia de la vida que nadie conoce hasta que es capaz de sufrir y de reír a partes iguales, y al mismo momento. Esa locura interior tan sana, que unos aprendimos ocultar mejor que otros.

Transirak. Leedla si queréis seguir viviendo.

Y de clásicos a contemporáneos. La lectura que más me ha excitado, ha sido Transirak, de Mr. Perfumme. No sabría si es una novela o muchos cuentos en uno. No sabría si ponerlo en la estantería de novelas o de ensayos. Lo tengo firmado por el autor, porque acompañé a un buen amigo a la presentación en Valencia, con la única intención de tomar una cerveza después. Y me quedé enamorado de una presentación coral en la que todos hablaban mi idioma; por primera vez en mucho tiempo sentí un flechazo intelectual. Y ahí acabé leyendo o —esta misma semana— releyendo una historia en la que aparece Sadam Husein, una cama de hospital con enfermo, un virus mortal que nace en un laboratorio, y un montón de elementos decorativos y esenciales que me hacen sentir como cuando vas a la orilla de la playa y metes los pies en el mar. Inmenso por dentro.

Y de locura a raciocinio va la línea de la vida. Este cuaderno de bitácora lo retomo como un elemento más de mi propia libertad de dogma y de expresión. Porque creo en el más allá: en lo que dejaré en los servidores de internet cuando mi cuerpo y mi cabeza se agoten. Y abandonaré, principalmente, muchas líneas caóticas, de libre interpretación, de libre consumo, pero también cuatro ideas claras de una civilización convulsa en la que nos ha tocado demostrar notas de inteligencia. En definitiva, de lo que el milenialismo aportó a un planeta casi caducado, con algún brote verde de laboratorio que hoy nos estalla en la cara.

Apunte importante: las Fallas de Valencia 2020 no se pudieron plantar, ni quemar. Aviso a navegantes: la vida no va de diamantes, va de recuerdos. Así que debemos quemarlo todo para poder olvidarlo definitivamente. Piromanía.