Pedro Sánchez es un robot, un cyborg perfecto programado para llegar a ser presidente del gobierno. Lo dijo Nacho Canut hace unos años en una entrevista a La Ventana, el programa que presentó Gemma Nierga en Cadena Ser. El actual presidente del gobierno, tras varias secuencias de intentos de homicidio político, muertes y resurrecciones, con la horquilla de barómetro de opinión más amplio del espectro político actual, ha logrado sorprender y presentar la primera moción de censura de la democracia española con todos los visos de prosperar. Y lo hizo, y tanto que lo hizo. Rajoy se enrocó en un restaurante durante ocho horas, y la democracia volvió a surtir un jaque mate.
Pedro Sánchez ha derrocado formalmente y pragmáticamente a la derecha, a la vieja y la nueva, a la marca original y a la marca blanca. Pedro Sánchez ha vencido frente el discurso fácil de los que solo veían españoles cuando salían a la calle. También lo vaticinó Manuel Jabois tras aquel fatídico comité federal; que Pedro Sánchez es una estrategia del PSOE para construir a un líder que sea aclamado por las masas, un nuevo héroe de la izquierda». Y lo consiguió; palabras bonitas de Pablo Iglesias no se reciben todos los días. Y las tuvo. Comentarios sobre la estabilidad institucional por parte de la derecha lo acabaron de convertir en el instrumento perfecto para vencer y convencer. Aunque nunca ganó unas elecciones, ha conseguido formar el gobierno más preparado y aplaudido de la democracia, para mal de muchos partidos que han perdido las esperanzas de ser suflé electoral.
España está que arde. Los españoles celebran la llegada del mal tiempo (que es el que menos le conviene al planeta, a la salud de la fauna y flora, a las personas mayores, a los bebés, a nuestros mares…) con una sensación de optimismo muy parecida a la de años atrás, antes de la crisis, cuando cada curso era una aventura política para adquirir nuevos derechos sociales, nuevas metas de solidaridad, de repunte tecnológico, armonía y convivencia.
Ahora rara es la persona que alce la voz contra la acogida de personas que piden refugio. La heroica —por humanitaria— hazaña de querer asumir la llegada del buque Aquarius nos hace mejor ciudadanos del mundo. Aunque a esas personas les espere un futuro tormentoso igualmente, pasados los 45 días de residencia provisional en nuestro país. Pero ya se han escuchado demasiadas voces (a modo de tweets) muy deleznables sobre este asunto. Algunos dicen que va a haber efecto llamada. Como si España fuera un saco de las rebajas. Aquí solo aseguraremos la supervivencia; quede claro.

Pese a todo esto, no debemos olvidar que a la mayoría de la población le da igual todo aquello que no tenga que ver con fútbol. Los bares se llenaron estos días para ver partidos tan interesantes como un Uruguay-Rusia, o Arabia Saudita-Egipto. Luego pídeles que marquen con rotulador en un mapa dónde quedan esos países; y ya verás qué sorpresa damos los españoles. Llegaríamos a semifinales de la ignorancia. El deporte de aquellos caballeros británicos, tan elegantes, se ha convertido en el nuevo circo mundial que enarbola banderas y enerva todos los patriotismos más burdos. No me gustan las banderas.
Algunos (pocos) nos refugiaremos en otros recursos de tiempo libre para iniciar convenientemente el verano. Por ejemplo en la lectura. Ya he empezado el acopio de libros de verano. Gracias a mi nueva red social favorita, Goodreads, será mucho más fácil llevar un seguimiento y no olvidarme de ninguno. En la maleta de playa ya sé que no me van a faltar: La sonámbula, de Miquel Molina; El pasado nunca cierra los ojos, de Chevy Stevens; Que nadie duerma, de Juan José Millás; La muchacha de las bragas de oro, de Juan Marsé y Cicatriz, de Sara Mesa.
Aprovecho para felicitar el caluroso verano a ávidxs, intrépidxs e incógnitxs lectores de este blog.