Vivo a pocos metros del IVAM, el primer museo de arte contemporáneo que tuvo España: nació con el fulgor de la democracia y de las nuevas instalaciones culturales. El edificio es una imponente estructura arquitectónica de Emilio Giménez y Carles Salvadores. Y su entorno sueña con que algún día sea realidad la piel que Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa proyectaron para cubrirlo y ampliar sus espacios abiertos. Pero aquello es cosa del pasado oscuro o del futuro lejano, no hay presente.

El museo ha vuelto a ser noticia por la destitución de Consuelo Císcar de su trono, tras 10 larguísimos ejercicios. La Císcar es un personaje; es una obra de arte en sí misma. No se le conocía preparación para gestionar un museo, pero ha llegado a mover presupuestos de 14 millones de euros al año. Antes era una simple funcionaria que llevaba el protocolo del museo San Pío V hasta que Rita y Zaplana se fijaron en ella. No era difícil imaginarla de jefa del museo con más proyección internacional de la Comunidad Valenciana. En el fondo, ella ansiaba imitar a otra política, Carmen Alborch, que gestionó muy bien los primeros años del instituto, por cierto.

La Císcar llegaba todas las mañanas con su espectacular diadema, bien de gomina, alzando un bulto naranja sanguina. Taconeaba sus uñas perfectamente lacadas. Y lucía unos estilismos que revolvían pantoneras: del azul eléctrico al fucsia pasando por los estampados multicolor y el blanco nuclear. Desayunaba en la cafetería del museo con su marido, el más que presunto corrupto Rafael Blasco. Se ponían al día de sus asuntos leyendo titulares. Salía a relucir su hijo en común, Rablaci, un artistable que ha salido ganando con la gestión de su madre; con sólo 22 años ya había expuesto en países con los que hacía intercambios artísticos el IVAM: Portugal y Shanghai.
Los que la conocen de cerca o trabajaron para ella saben que Consuelo es una mujer de acero, una Thatcher de la especulación cultural. Muestra una arrogancia impetuosa. No sabe ocultar su tremenda ignorancia. Todas las inseguridades que padece por haber ascendido tanto sin habérselo merecido se las guarda en una cabellera imponente y no dedica sonrisas a nadie, salvo a sus amigos y compañeros de partido.
Ella es de las que entienden la política como una secta con ritos y dogmas. Cuando estaba en el PSOE, con su hermano Ciprià, todo eran carantoñas y halagos hacia los socialistas valencianos que gobernaron la década de los 80. Pero en cuanto su marido, también aficionado al transfuguismo, se fue al PP a la caza de una Consellería, ella también hizo las maletas y buscó nuevas salidas profesionales entre la derecha fallera.
Bajo su gestión, el IVAM ha pasado de acoger importantes exposiciones como las dedicadas a Chillida o a Tàpies en los 90, a exhibiciones metidas con calzador del arquitecto de los famosos, Joaquín Torres, de su gran amigo y desaventajado profesor, Javier Calvo, o de su propio peluquero, Tono Sanmartín. El nepotismo ilustrado desde su sillón. Algo que han pasado por alto los medios; su sueldo entre 2005 y 2014 ha sumado cerca de 700.000 euros de erario público. Y dicen que, además, le hacían precio en La Sucursal, el restaurante con Estrella Michelín del museo. Facilidades para los poderosos.

Ahora, el arte contemporáneo valenciano vive una burbuja de ilusión. El nuevo amanecer llegará con el nuevo director o directora, que según han indicado desde el gobierno valenciano vendrá por un concurso público internacional en base a méritos profesionales. No estaría nada mal. Queremos ver arte en libertad, queremos que Valencia vuelva a estar en el circuito de las ciudades a las que llegan artistas nuevos, exposiciones interesantes, y queremos que Consuelo Císcar se meta en una caja de arte forrada con plástico de bolitas y no gestione nada más nunca.
Como homenaje, os dejo la suculenta entrevista que le hizo Josie en una de las últimas Madrid Fashion Week. No tiene desperdicio.