El algoritmo y su daño colateral

Era de las comunicaciones globales: no nos falles. Ahora que cada una de nosotras, personas insignificantes del planeta, habíamos poseído la capacidad de elegir qué ver, qué escuchar, qué leer, a qué amigos seguir, o incluso habíamos ideado herramientas para conocer a gente nueva, tener una cita, o establecer vínculos laborales, llegan los algoritmos para machacarnos con otro daño colateral del capitalismo.

No me da miedo que diariamente los sistemas de registro de datos de las apps, las redes sociales, las cuentas bancarias, los imperios del retail y los supermercados hagan cruce de datos (y de cookies) en sus servidores para obtener nuevos productos. Yo sí quiero que me miren más al ombligo y detecten mis gustos, que fabriquen lo que quiero ponerme, y sepan qué película consumiría cada noche (por ejemplo: Muchos hijos, un mono y un castillo) y cual decididamente—, no (por ejemplo: Star Wars Episodio VIII: Los últimos Jedi).

Foto promocional de un película que merece un próximo post en este blog, o una tesis doctoral.

Pero el algoritmo no está ahí para favorecernos la vida. El algoritmo es el nuevo elemento de la era de la posverdad que permitirá al poderoso tiburón (Arthur Levinson), comerse a todos los peces pequeños. Nos acostumbraremos a ver con más frecuencia en nuestros timelines cómo se repiten hasta la saciedad los contenidos que nos interesan, relegando al ostracismo aquello que interesaba moderadamente.

Que a veces a uno también le viene muy bien leer lo contrario a lo que piensa, o ver fotos que no le gustaría ver: abre tu mente y descubrirás lo que disfruta la gente. Pero no, el sistema nos convertirá en seres endogámicos. Si eres gay y te gustan los hombres con barba, te propondrá seguir a hombres con barba de forma inconsciente hasta que te dejes barba tú y acabes votando a Esquerra Republicana de Catalunya por su cartel electoral, el del bautizado por las redes como filf de diccionario: Roger Torrent. Cómo es la política. Tanto él como Inés Arrimadas han sido víctimas de la cosificación sexual. Ambos están recogiendo futuros votos de un electorado que jamás se habría fijado en ellos si no tuvieran esa apariencia. Behaviours del nuevo marketing electoral.

Cuando los extremos son guapos, se juntan.

El caso, que no nos extrañemos de que Instagram nos muestre a partir de ahora todo lo que los motores del servidor deciden que debemos ver, ocultándonos lo que habíamos elegido. Se acabaron las fotos de amigos con pocos followers; si tus amigos no llegan al 7% de engagement y son unos losers sin presencia en las redes sociales los van a descartar. Los van a llevar al precipicio, a la nueva exclusión social que supone no estar en las pantallas de los demás. Black Mirror volvió a premonizar. Pronto viviremos todos en mundos Nosedive.

Sin dejar de ver la serie de Charlie Brooker, y volviendo a las opciones de la inteligencia artificial que demuestra cualquier terminal móvil, muy pronto las redes sociales de ligar, como Tinder, y las de follar, como Grindr, incluirán opciones para conocer la caducidad del asunto. Como los yogures. Hace años había quien pensaba que las relaciones eran para toda la vida: la generación de nuestros abuelos. Con la proliferación de las separaciones y la legalización del divorcio, entendimos que el fin lo podemos delimitar. Pero nunca hasta ahora nadie se había atrevido a decirnos cuándo una relación se tiene que acabar, aunque todos sabemos que está predestinado (no por influjo divino, sino por pura ciencia estadística). Nada es para siempre. Y el amor real, tampoco. Que se lo digan a Michael Haneke, con todo lo que nos hizo llorar en 2013. Así, en el capítulo Hang The DJ de la serie por definición del siglo XXI, todas la relaciones empiezan y acaban cuando tienen que acabar. La realidad nos vuelve a poner en bandeja otra herramienta con daños colaterales.