La verdadera belleza trasciende

Anoche forzamos una escapada al cine para ver una de las películas más prometedoras del año. Para mí se merece todos los honores. Es una sobredosis de curiosidad. Cuando abandonas la sala te da la sensación de que vas a necesitar mucho tiempo, quizá varios días, para ir desgranando todos los momentos que te cautivan y te hechizan.

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Luca Marinelli en un momento de surrealismo nudista.
La Gran Belleza (9/10), de Paolo Sorrentino, es una de esas películas que tambalea algunos pilares fundamentales del espectador. Vienen títulos a la cabeza, precisamente con orígenes cercanos; La dolce vita o La vita è bella, que vienen a hacer lo mismo; del drama vital un giro cómico y banal. «En la vida, comedia, en el arte, drama», como dice Gorka Postigo. Aquí se entremezclan en situaciones surrealistas sin saber muy bien dónde queda la frontera entre lo real y lo imaginario. Si es que la hay.

No pude contenerme en comparar y aludir hacia mi película favorita de 2012, Holy Motors. Aunque allí importaba bien poco si los protagonistas eran felices o no. En La Gran Belleza, declaradamente, todos los protagonistas viven y disfrutan, sufren y se desprenden del dolor. Gozan de lo artístico y luego lo destruyen o lo rechazan. ¿Qué es vivir, si no? Empieza con una fiesta banal, bochornosa, del 65 cumpleaños de Jep Gambardella, y acaba con un festival de religiones con una especie de papisa que da al protagonista las claves para entender casi todo lo que sucede en nuestro mundo. Solo como raíces porque las raíces importan, le dice la religiosa mientras contempla un grupo de flamencos rosas que emigran hacia sus orígenes.

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El placer de la belleza, el eje del guión.

Quizá el director la orientó deliberadamente a un sector maduro, pero la pedagogía del guión es útil para los adolescentes que no saben de qué va todo esto. Como aquella escena en la que la amante, aún al calor de la cama, le ofrece a Gambardella ver su álbum de fotos en facebook y éste asiente con un claro, pero cuando ella regresa con el portátil ha desaparecido de la estancia. Razona que llegada a una edad hay que dejar de estar donde no se quiere estar. No puede ser más contundente y genial.

Hace un tiempo ya hable de historias de la belleza, dirimiendo que las cosas más importantes las define su estética. Y la vida, en general, también nos deja momentos que, captados con la suficiente luz y desde el ángulo necesario, son todo un espectáculo fotográfico. Esta película lo es, es una consecución de espectáculos y de arte en vivo, y de muerte también. Porque muchas veces difuminamos lo que es buscado a propósito de la casualidad más ordinaria. Y no sabemos muy bien dónde estamos, pero esa confusión instantánea se convierte en arte.

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La fotografía lo dice casi todo. Toni Servillo está de Oscar.