La cara pop de la vida

La vida es pop. Es como una app de iphone que se abre y se cierra sin parar. Pero el juego acaba siempre, antes o después. Podemos dedicar los mejores equipos de ingenieros a levantar una torre bien cimentada, que os aseguro que no permanecerá durante la eternidad sobre su suelo. Todos los libros escritos pueden desaparecer en un incendio, a lo Farenheit 451. Imprescindible releer la ficción de Bradbury para entender la fragilidad de nuestra realidad. El incendio digital del futuro será la muerte de servidores y discos duros tras esa tormenta solar que tantos científicos pronostican.

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El Museo Thyssen-Bornemisza inauguró hace unos días la muestra más suculenta de arte pop que he tenido la oportunidad de ver. Nos recibe una suma de conceptos: «Popular, efímero, prescindible, barato, producido en serie, joven, ingenioso, sexy, divertido, glamuroso, un gran negocio». Los mismos que definen la vida desde dentro de la cultura capitalista. Podríamos decir que la vida es arte y muy pocos hacemos lo posible por cotizarla; las masas se empecinan en hacer trascendente todo lo que no lo es: el amor, la salud y el dinero. Todo eso se acaba relativamente pronto, amigas.

Por lo tanto, lo importante es la estética, la creatividad, la imaginación, el placer inmediato y los estimulantes sensoriales o intelectuales. Parece que esté hablando de setas alucinógenas o de drogas químicas. Pero no, la mejor droga es nuestro potencial para inventar el mundo: bien desde el arte, bien desde la política, bien desde la ciencia. Recupero una conversación de un capítulo de El Tea Party de Alaska y Mario: «las cosas que te hacen sentir bien no son una droga, porque si no el tacón alto también es una droga».

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Foto de la colección presentada por Nacho Canut en Charada (Bilbao).

El pop también es algo muy ególatra. El centro del universo pop es uno mismo, sin sus circunstancias, desde su individualidad. Warhol autorretratándose todo el rato. Warhol travestido para verse él mismo. Todos tenemos capacidad de ser estrellas sin dar la cara: muchos bloguers, editores, músicos y literatos han conseguido la fama así. Quizá por ese sentido tan bien entendido de hago lo que quiero y a los demás me los paso por el arco del triunfo me identifico con esta tendencia artística cosustancial a la cultura de nuestros días.

Desde los próximos días, una nueva adquisición artística ocupará mi cabecera de cama. En el lugar donde mis abuelos se aseguraban su porvenir con un Cristo crucificado, yo instalaré una fotografía de la primera colección de Nacho Canut, «Electricidad, zapatos, plumas y Benidorm». Ilustra a la perfección uno de mis fetiches más recurrentes. Varios stiletto son opciones visuales para cada día, cuando me levante. Optaré por el negro, el dorado o el magenta. No quiero perder nunca la capacidad de elección.

"Mickey Mouse doble". Serigrafía con polvo de diamante. 77,5 x 109,2 cm The Metropolitan Museum of Art, Nueva York. The Andy Warhol Foundation.
«Mickey Mouse doble». Serigrafía con polvo de diamante. 77,5 x 109,2 cm The Metropolitan Museum of Art, Nueva York. The Andy Warhol Foundation.

Una de mis obras favoritas de la exposición «Mitos del Pop» es una de tantas variantes del Mickey Mouse que interpretó Warhol. Este, serigrafiado con polvo de diamante sobre tinta negra es una buena síntesis de lo que significa la cultura pop, la moda, el marketing y la reivindicación de la autoría propia por encima de lo ajeno. ¿Qué hay más deshonroso que duplicar la silueta calcada de un icono universal para crear arte? Pues creo que contiene mucho valor, por la valentía de presentar algo tan anodino y comerciable como algo valioso. Pero al mismo tiempo, su significado se multiplica paralelamente a su cotización cuanto más reconocible, copiado e imitado sea el despropósito pop.