Lana del Rey es uno de los mitos más frágiles del pop. Actuó este fin de semana en el Vida Festival, en Vilanova i la Geltrú. Pero para muchos es como si estuviera siempre en todas partes. Es una muerta ficticia, una estrella estoica, un cañón de belleza asimétrica y petulante. Sus labios, nadie los hizo tan reconocibles desde los 90, con aquella fiebre de Esther Cañadas. En un futuro, sus portadas de revista llenarán salas de museos, surtirá efecto una religión a su costa y leemos su biografía, un best-seller probablemente inevitable.
Los que nos hemos perdido este festival y no iremos a más por este año, tendremos que hacer planes de verano, como decía Algora. Unos planes marcados por motivaciones de peso: recuperar parte de lo que no hemos hecho este invierno (lecturas, películas, lugares y amigos), disfrutar de un clima tendente a lo tropical, que cada día nos acerca al apocalipsis con trombas de agua que llegan sin avisar.
Anoche me puse a diseñar un verano perfecto y encontré parajes naturales, lagos en medio de la montaña, amigas pizpiretas que he tenido muy olvidadas y rincones perfectos para desayunar en días sin despertador. Empecé a desbastar la lista de películas pendientes, acumulé una ristra de discos en Spotify, el servidor que asesinó los formatos físicos. Y metí en una mochila virtual los libros que quiero disfrutar en mi próximo retiro espiritual veraniego.

Empecé fuerte. Noé es una de las muchas películas que no había podido ver en el cine. Un drama sensacional, como aquella Elektra de Irini Papas, tan lenta como impostada. El mismo paisaje induce a la tragedia. Aquí, el director Darren Aronofsky lo sirve con emplatado tecnológico, bien cargado de efectos y simulación digital. Pero la historia es tan contundente que lo de menos es el relato legendario. Lo de más valor es la historia afectiva entre los miembros de la familia. La madre.
Gran Hotel Budapest es la magnífica película que esperaba de Wes Anderson. Cada fotograma bien merece una impresión en una colección tremenda de fotografía cinematográfica. Toda la historia, surrealista y de un humor muy serio y aletargado, aparece engamada en colores rosas y verdes, como si se tratara de una sala de fiestas americana de los años 70 o una casa de muñecas. Los personajes son un retrato caricaturesco de las inquietudes estéticas de Anderson, que bien demostró ya en Life Aquatic (2004) o Moonrise Kingdom (2012), sus anteriores películas que me marcaron.

Me detuve también en aquellos discos que no había escuchado enteros, por pereza o falta de concentración. Single hacen en Rea un montón de melodías preciosas que se podrían cantar a capella sin que apenas pierdan sentido. La portada, de Javier Aramburu, es una auténtica maravilla, me compraría el vinilo para enmarcarlo. Canciones como «La Moto», «Modo B» o «Nota Mental» hacen que se haya convertido en uno de mis discos españoles favoritos de 2014.
Para bailar toda la noche, opto por Ronika. Presenta Selectadisc, un disco muy atrevido que intenta escaparse de lo comercial sin dejar de hacer eletrodance pegadizo y sutilmente novedoso, aunque se parezca tanto a Robyn, Kylie y Sabrina Salermo. Y bajando el ratio de bits por minuto, me quedo con Lone, Reality Testing, revolucionando su capacidad sinfónica como si se tratara de unos capítulos de un serial killer electrodramático. Suena muy bien y nunca llega a aburrir.

De las lecturas, no voy a hablar ahora. Pero prometo hacer una evaluación del verano 2014 y poner los puntos sobre las íes. Iré tomando anotaciones entre cerveza y cerveza, bajo una sombrilla de playa. Mientras tanto, disfruten con los mejores factores de protección. Que el sol puede hacer que se te quede la cara de Donatella Versace. Precaución con los excesos.