
Pocas series de terror buscan un compromiso social, una inmersión del espectador en una lucha justiciera. Y para hacerlo en la generación milenial, lo mejor es recurrir a un referente generacional de la importancia de Chucky, El muñeco diabólico (1988). En esta versión serial, se centra más en la parte visceral y gore de la trama; provocando momentos cómicos por el hecho de que Chucky es, atendiendo a su identidad primigenia, un simple muñeco grotesco que comete crímenes obscenos y bastante esperados.
El protagonista, Jake (Zackary Arthur), padre de Chucky en esta versión, es un chaval gay víctima de bullying, que pronto se percatará de que su muñeco, con toda su malicia, puede ser un aliado vengador ante las mentes obtusas e intolerantes que le rodean. Todo se desencadena a partir de una fiesta de Halloweeen en la que Jake ve las intenciones de su juguete; y tendrá que elegir entre frenar sus intenciones o ayudarle para conseguir la masacre justiciera.
Los capítulos van llenándose de referencias al propio pasado de Chucky, como su ex esposa, Tiffany, incluyendo flashbacks muy conseguidos a las etapas anteriores de la —ya de por sí inevitable— saga filmográfica. En definitiva, una de las series más avanzadas de 2021, con ocho episodios contundentes, que no llegan a aburrir ni a generar ese efecto tan buscado en las producciones seriadas de crear una atmósfera para el recreo, para mirar el móvil, o ir al baño. Aquí si no le das al pause, te pierdes una secuencia importante, por la densidad de la trama.