¿Así será el final?

La respuesta es, lógicamente, un no. Será el final de muchas cosas y el principio de otras. Como decía mediante vídeo de Instagram la influencer Carmen Lomana, «todos mereceríamos tener dos semanas de confinamiento al año». Para darnos cuenta de que existen muchas cosas más importantes que atender las respuestas de un grupo multitudinario de Whatsapp, que los baratísimos viajes de primavera a Asia, que las compras continuadas (en rebajas, midseason, blackfridays y cibermondays) de todo lo que nos gusta, o que vivir la vida por encima de aquellas posibilidades con las que soñaron nuestros abuelos.

Unos antecesores que hoy, desde otra dimensión, miran con incredulidad este panorama desconcertante. Si se tienen que posicionar, descartan cualquier aproximación a la ciencia y se aferran a la fe. Saben que esto es un castigo. El planeta pide parar y contemplar el horizonte, conectar con la naturaleza: algo nos está mandando el mensaje de que nos abracemos a un árbol, besemos a un delfín y lo liberemos del parque acuático que durante décadas sirvió para nuestro divertimento.

En estos casos me gusta recrearme en el fotoperiodismo; esos otros héroes a los que nadie aplaude. Las personas que cuentan lo que acontece y son nuestra retina en estos momentos que no podemos salir de casa. El periodismo hace un trabajo ingente para recopilar información, verificar noticias, denostar bulos, y asistir con mascarilla al lugar de la foto; la que luego veremos en el telediario mientras comemos nuestra tarta recién horneada con esa ansiada levadura fresca (preciado tesoro del siglo XXI) junto a los rollos de papel higiénico, las latas de fabada asturiana y la harina de trigo.

Foto de Morenatti, en un hogar de Barcelona.

Hay imágenes que valen más que mil palabras. El fotógrafo Enrique Morenatti se metió en casas de mayores de Barcelona, algunos de ellos contagiados por el covid-19, otros confinados y asustados. Muchos octogenarios habían sobrevivido a los efectos devastadores de la segunda guerra mundial y temen que les lleve por delante esta pandemia. En algunas de sus increíbles —por dramáticas— fotografías aparecen personas mayores yacentes, envueltas de una vida en forma de decoración; cuadros, crucifijos y mesitas de noche que testearon cada despertar y ahora ya no suenan. Todo lo prescindible y lo frívolo es un retrato del final, de lo importante, de lo verdadero. Por eso, mi amiga Daniela, con toda la razón, siempre dice que hay que tener cuidado con la ropa que te pones cada mañana porque, si mueres ese día, será tu ropa de fantasma para siempre.

Para otras, la muerte se viste en chándal. Es el caso de Anna Wintour, la periodista de moda más indispensable de cada front row internacional. Quizá por primera vez en su vida ha posado con ropa de estar por casa; y lo ha hecho para su cabecera, Vogue. Otros, en cambio, aprovechan estos días de aislamiento para recrearse en productos audiovisuales que conllevan al sexo, al hedonismo más simple. Porque las recetas más suculentas conllevan un arduo trabajo. Muchos sibaritas han descubierto estos días que hacerse un buen brunch gourmet con sus huevos benedictinos, tostadas de aguacate y smoothies cuesta bastante más de lo que parecía. Menos mal que ha llegado Masterchef, en su edición más rockanrolera —todos los participantes son de andar por casa— para poner orden a nuestras cocinas. En la primera prueba de eliminación, obligados a hacer una simple mayonesa, prácticamente todos lo hicieron mal.

Nos queda el refugio de la creatividad. El arte, la literatura, la música, la ópera, la danza y el teatro (aunque sea visionados desde nuestro televisor) nos salvarán. Estos días hay que aprovechar para conocer todo lo que no tuvimos tiempo, recorrer los estantes de la casa (espero que contengan libros), reconocer todo, incluidos a nosotros mismos. Para mirar al pasado de cara. Nos obsesionamos por ver la última película, la serie de moda, leer revistas de usar y tirar, pero dejamos atrás auténticos tesoros, denostados por ser antiguos, por el blanco y negro. Algunas joyas, protagonizados por autores y autoras que ya traspasaron sus vidas. Es el caso de la estrella Lucía Bosé, que nos dejó víctima del coronavirus, y a la que debemos una aportación al cine indispensable. Crónica de un amor, por favor. A todas esas estrellas, sigamos manteniéndolas vivas: repesquemos lo poco que la humanidad ha aportado para bien a este planeta.