El capitalismo es nuestro dios. La sociedad contemporánea lucha diariamente por frenar sus efectos devastadores; pero el propio orden económico se alimenta de todas las tendencias de consumo canibalizando sociedades. Adam Smith puso las bombas y las hizo estallar secuencialmente, creando un campo de batalla que solo deja daños colaterales y autodestrucción. Mientras la catedral de Notre-Dame ardía, el capitalismo, a través de las grandes empresas de la industria del lujo, ya estaba buscando una solución para cuidar las apariencias y hacer que todo lo que nos envuelve se consolide como una mentira eterna. Aunque las guerras civiles dejen muertos cada día, aunque el Mediterráneo sea un foco de conflictos territoriales, lo esencial es la historia monumental: todo aquello que hemos pensado siempre que tiene más valor que nuestras propias vidas.

Si hiciera falta, Notre-Dame se reconstruiría de plástico, de la forma más insostenible y barata. ¿No sería fantástico? A Louis Vuitton le parecería estupendo si viajásemos al siglo XIX para contárselo; justamente él, que vió construir la aguja postiza del templo, sabría que los añadidos coetáneos no perdurarían mucho. Casualidades del destino, hemos sido testigos de esa realidad ocultada, la certeza de que todo lo que nos rodea es efímero. El sistema capitalista, en cambio, vive una constante digievolución para comérselo todo. Del trueque al bitcoin, de lo tangible a lo virtual.
Todo esta crítica puede parecer muy punk. Pero la realidad siempre supera la ficción. El diseñador francés Mathieu Lehanneur ha propuesto instalar en lugar de la aguja una escultura gigante de fibra de vidrio con forma de llama, y cubierta de pan de oro. El estudio de arquitectura colaborativa Kiss The Architect propone, en cambio, un remate surrealista compuesto por elementos escultóricos a modo de torreón que busca el cielo. No solo eso, los suecos Ulf Mejergren-Architects proponen construir en lugar de una cubierta nueva, una piscina monumental que sirva para crear una infinity pool de la ciudad. Otra iniciativa, de Studio NAB, propone crear una granja de abejas para hacer más sostenible y ecológico el nuevo altillo de la catedral más famosa.

Lo que ha quedado demostrado es que las cantidades prometidas por las grandes fortunas para la rehabilitación de Notre Dame pasan de largo el coste estimado de su reconstrucción. Una prueba más de los efectos que produce el capitalismo ante los hechos que sensibilizan a la sociedad. La inmediatez y la inmoderación llevan a preocuparnos por el skyline de París mucho más que de otras noticias que pasaron a segunda o tercera página de los diarios. Y parece que lo único importante es que la catedral esté como nueva para las próximas Olimpiadas de 2024 en la capital francesa.
Lejos han quedado otros debates, sobre el sentido que hoy tiene reconstruir catedrales. Edificios que en su origen pretendían colectivizar lo sagrado y abandonar lo racional, hoy tienen mayores privilegios y medidas de seguridad que los centros públicos para el aprendizaje. Destruir lo sagrado sigue siendo un sacrilegio. Las reliquias pueden profanarse, pero los derechos universales se vulneran cada día sin que ninguna gran marca del lujo rechiste por ello. Todo se transforma en un objeto de contemplación distante.

A nivel artístico, cabría reflexionar sobre si lo importante es reconstruir la catedral para devolverla a su estado original del siglo XIV, si por contra habría que reconstruir la aguja diseñada por Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste-Antoine Lassus, que añadió esculturas a mediados del siglo XIX, o si, como opción utópica replantear los usos de la catedral y su entorno, para que el reclamo turístico sea algo más allá de una simple foto de lo que fue la cultura catolicista.