La película del invierno ha sido Call Me By Your Name, por su belleza y dureza, por el hedonismo que despierta y las ansias de vivir. En pantalla grande, el drama siempre quiere más drama. La lágrima es más áspera y contenida. Todas las revistas, hasta la mismísima Interview, han querido entrevistar a Timothée Chalamet, la nueva estrella universal, tras dos papeles (éste y el de Lady Bird) brutales, y que reflejan la esencia de la juventud. A su director, Luca Guadagnino, lo pondremos en un altar por esta cinta inclasificable que cierra una trilogía y nos trastoca el orden emocional hasta enamorarnos y hacernos sufrir el dolor de las ausencias. Elio y Oliver, Oliver y Elio, ya son parte de nuestras vidas. ¿Por qué?
Italia

Las localizaciones del rodaje, una ruta entre pueblos al norte del río Po, con embalses, fuentes, olor a naturaleza casi virginal, es una delicia para cuidar la fotografía. Árboles con historia, recorridos solo aptos para la bicicleta, embalses de agua cristalina, aldeas a las que no llega el 4G. En definitiva, un paisaje que nos transporta a la vida real y pretecnológica durante los 134 minutos de película. Nos olvidamos de que pueda sonar algo más estruendoso que un campanario o que pueda llegar una notificación por otra vía que no sea los labios de alguien. Con Guadagnino todos volveríamos a Italia, una y mil veces, para reencontrarnos con el inicio de nuestra civilización, con los albores del arte antiguo y con el erotismo, desenterrado del fango y reencarnando en brazos y piernas humanos.
La música
Una banda sonora pensada para hilar una historia a través de las teclas de un piano, el instrumento que toca Elio con maestría y provoca atracción en Oliver. Una casa que amplifica los sonidos y los lleva hasta los recovecos de las habitaciones, interconectadas por baños con antiguas cerámicas, que no volverán. Una banda sonora que contiene dos melodías lacrimógenas de Sufjan Stevens: Mystery of Love y Visions of Gideon. Canciones vibrantes que nos contienen en un vacío del conocimiento, nos llevan a la inexperiencia adolescente, al primer amor. Y como todo, tiene su contrapunto: Love My Way, que bailamos con The Psychedelic Furs. La música es uno de los pocos elementos, junto con el teléfono de mesa, que nos conecta con los 80, años en los que transcurre esta historia. Ver bailar a Oliver (el guapérrimo Armie Hammer) con pantalones cortos y botas Converse creo que es un recuerdo de estilo imborrable.
El erotismo a través de la moda masculina
Toda la trama acontece entre las camisas bien planchadas, desabotonadas, de Elio, sobre bañador o pantalón corto. Oliver prodiga otro sello de estilo masculino, básico y atemporal, con sus camisas de colores sólidos, vivos difuminadas sobre el paisaje. Las bicicletas de paseo y los calzoncillos de algodón son una constante. Y los bañadores aparecen como prenda fetiche de la película. Los vemos secarse colgados en grifos de bañera, como hemos hecho todos en nuestros apartamentos de playa. Los vemos mojados durante el baño en un río. Pero culmina el fetichismo en esa escena en la que Elio coge los shorts de Oliver recién quitados y se los mete en la cabeza como una capucha. Una secuencia que en versión heterosexual, con las bragas, habíamos visto en multitud de ocasiones. Aquí añade más significado de veracidad al deseo.
Las interpretaciones de los protagonistas
Lógicamente, para hacer fluir con naturalidad un romance cinematográfico entre hombres no hace falta que el actor sea homosexual. Al parecer, ni Hammer ni Chalamet lo son. De hecho, la película fulmina toda etiqueta de orientación sexual y nunca sabremos si Oliver y Elio sentían más atracción por un sexo que por otro. En mi opinión, ambos disfrutan por igual. Pero sí que existe una recreación perfecta de cada una de las etapas de un primer enamoramiento. Los rostros de Elio y Oliver reflejan los sentimientos del inicio de cualquier relación, con sus miedos, dudas, gestos de complicidad y reacciones de rechazo abrupto cuando intuimos que lo que sentimos no es correspondido. La transición al deseo, con la libertad y el disfrute absoluto que supone desear y sentirse deseado; despertar desnudos. Y finalmente, ineludible, el dolor, cuando el que ha puesto más carne en el asador ve como el otro desaparece de su vida irremediablemente, una congoja acentuada al sucederse los recuerdos.
La ansiedad de conocimiento verdadero
Aquello de «no te acuestes con quien no tiene libros en su casa» es un mantra completamente válido para cualquier persona interesante, con criterio y temas de conversación. Pero la casa de verano de Elio y su familia es un templo del saber, no solamente de erudición, del conocimiento de la lengua, de la historia del arte, del gusto por las buenas conversaciones sobre literatura; sino que es un templo del conocimiento más hedonista, de emociones y vivencias relatadas en la sobremesa, en un sofá, en una velada infinita. Oliver nos enamora a todos cuando descifra la etimología de cada palabra. Y a todos nos gustaría disfrutar de conversaciones con el señor Perlman y Anella, los padres entrañables de Elio. Son absolutamente modernos en el sentido más rimbaudiano de la expresión.
La erótica del cuerpo
—¿Te estoy ofendiendo? —Simplemente no lo hagas. Es lo que le espeta Oliver a Elio cuando este le lanza su mano al paquete, en un momento idílico, secando sus cuerpos al sol, tras el primer beso robado. En la película hay muy pocos signos de sexo, más que nada intuiciones; este es el único momento explícito, junto a un breve plano de los cuerpos desnudos y otro de piernas entrelazadas. Lo demás son coqueteos que nos inundan de sensaciones de deseo. Desde un roce de dedo índice, hasta un juego de pies bajo el manto translúcido de agua de manantial. Elio y Oliver tienen dos cuerpos muy diferentes, pero ambos tienen cuerpos preciosos y son un elemento fotogénico en todas las secuencias. Los planos que comparten ambos con el torso desnudo ya son un referente iconográfico de esta película.
La conversación final de padre e hijo
Imposible mantener la serenidad o desafección durante una plática tan desgarradora como sincera en la que Perlman detecta el dolor de Elio por la ausencia de Oliver. Y no solo se alegra porque haya experimentado esa relación, de amor, de juventud de sus sentimientos y del placer en sus cuerpos, sino que le confiesa que él pudo haber vivido algo parecido en un pasado. Esta conversación es un manual de afecto entre un padre y un hijo, y creo que es imposible revivirla sin un nudo en la garganta. El último gran primer plano, duradero y dramático, es la única reacción posible a esta historia que volveremos a ver. Siempre.