El retoque mutante de Oprah

A Vanity Fair, la revista en la querríamos vivir nueve de cada diez personas (la otra ya vive sumida en el lujo), se le ocurrió celebrar los pre-Oscars de 2018 con una foto de nominados. Una de esas fotos imposibles que, por la dificultad de hacer coincidir a tanta gente importante en el mismo lugar y a la misma hora, programó un trampantojo y mezcló tomas diferentes para falsear una foto de grupo de celebrities. Esta técnica se utiliza en los deportes y hasta en los mismísmos consejos de ministros, así como en los álbumes de familias reales (es conocida la adicción de la reina Sofía al Photoshop).
La foto, que no tiene desperdicio, mostraba de forma descarada errores en el montaje de capas, como si hubiesen sido fruto de la intención. Así, Reese Witherspoon (una de las flamantes intérpretes de la serie Big Little Lies) mostraba tres piernas a simple vista para lograr una pose complicada. Y no solo eso; en una de las fotos de la carísima sesión, la reina de los talk-show americanos, Oprah Winfrey, a sus 64 años, mostraba una sonrisa inabarcable y… ¡tres brazos! Todavía no se ha descubierto qué becario está detrás de tal tropelía, la rebelión mutante, el freak show revisitado para Hollywood. Pero creo que la posverdad, si ha de llegar al papel cuché, debe coquetear con estas mentiras, extremos y deformación.
Lo freak de vuelta al arte
Desde tiempos inmemoriales, y en diferentes culturas, la figura humana y la divina se han representado en el arte con más de una extremidad, con malformaciones. En el cine, Freaks (1932) y The Elephant Man (1980) son dos ejemplos imprescindibles, de culto por el debate que abren sobre la aceptación social a la diversidad, y especialmente a lo feo. Por otra parte, las civilizaciones antiguas dibujaron a dioses egipcios, hindúes y aztecas con varios brazos y piernas para impresionarnos. Teóricamente, como símbolo del control sobre los cuatro puntos cardinales, para demostrar omnipresencia. Pero en el fondo, creo que tiene que ver con el poder; cuantos más brazos, más habilidades para manipularnos. Y los dioses han manipulado a las gentes para aumentar sus fieles, como ahora hacen las instastars con sus followers.

El caso es que lo mutante y deforme ha llegado al arte del siglo XXI como una tendencia a explorar. En el terreno anatómico, brazos y manos intercambiadas, bicefalias o otros engendros vuelven a la palestra, en incluso a las editoriales de moda, para provocarnos sentimientos de sorpresa, de incredulidad, de perversión de la normalidad. Ese ámbito, el de la normalidad: tan sufrido y tan cuestionado. ¿Quién no quiso serlo? ¿Y quién lo es realmente? ¿Tiene menos significado una deformación artificiosa y voluntaria, como podría ser una cirugía estética, que una deformación natural? Un debate necesario que se desarrollará en los próximos años a través de las artes visuales.
El moderno prometeo
Este año se cumplen dos siglos de la primera publicación de Frankenstein, or the Modern Prometheus de Mary Shelley. Indudablemente su lectura sigue tan vigente como en el siglo XX. Abre en canal muchos debates de ética, de estética y también de sociedad y política. Un icono que para la historia de la literatura y del cine ha sido un referente perturbador, reiterativo. Muchas décadas después, cuando la humanidad es capaz de telecomunicarse desde cualquier punto del planeta, cuando es posible llevar millones de fotos y vídeos en un bolsillo del pantalón, o recuperarlos de una nube virtual, todavía no hemos sido capaces de prolongar la vida humana, o de recuperarla tras la muerte. Y continuamos teniendo sentimientos de dolor, rechazo, ante la muerte de la persona fallecida. Podremos clonarla, pero el alma nos deja vacío. Y ahí, hablamos de algo tan duro como el amor.
«Nada es más doloroso para la mente humana que, después de que los sentimientos han sido procesados por una rápida sucesión de eventos, la serena calma de la inacción y la certeza privan al alma de esperanza y miedo». Mary Shelley.