El otro día, gracias a Netflix, descubrí una historia maravillosa que jamás pensé encontrar en ese preciso momento, sin tener que ir a buscarla. ‘Okja‘ me salvó y me llenó de paz, alimentando mi misantropía galopante. Es mentira, como se está corriendo la voz, que sea una película para veganos; pero sí que te ayuda a entenderlos, y a empatizar con los animales. Solo cuando vives con un perro o un gato, te das cuenta de lo idiotas y crueles que podemos llegar a ser los animales humanos.
La desigualdad de la inteligencia es casi más abismal que la desigualdad económica, que ya es decir. Mientras en el modelo educativo finlandés ya incentiva cinco lenguas en clases de primaria, y mientras los niños de algunos colegios privados estadounidenses ya saben buscar cualquier documento en internet desde una tablet, otros seguimos atropellados por la idiotez. El último fenómeno de moda, el spinner.
Los padres y madres que lean esto dirán que siempre ha habido utensilios para recrearse en nuestra propia idiotez. En los albores del siglo XX, los niños eran felices batallando con canicas, dándole vueltas a una peonza de madera o subiendo y bajando un yoyó. Los primeros millenials disfrutábamos en los 90 lanzando manos elásticas y pegajosas a las paredes, recogiendo todo el universo bacteriano a nuestro alrededor, o pringándonos de mocos blandiblú y bailando ondamanías por las escaleras del portal.
Pero el fidget spinner da un paso más, porque según algunos expertos ha sido creado para aliviar el estrés y la ansiedad, mejorando la capacidad de atención. Algo inaudito en los niños que hoy en día están súper atentos a sus terminales móviles y dispositivos electrónicos. Así que no entiendo nada. Supongo que es una herramienta para distraerse y dejar de tocar el teclado del whatsapp por unos instantes. Algo terapéutico, como un gimnasio y spa en el mundo dedo.
La clave de la adicción a los juguetes de moda es que son sencillos, son fáciles de utilizar y de llevar. Y sobre todo se pueden personalizar. Si hay spinners de todos los colores, seguro que hay uno pensado para mí. Esa es una de las claves del consumo de masas, del consumismo. Si esta gilipollez la compra todo el mundo, por algo será. Voy a comprar una, que total solo cuesta unos céntimos. Aunque vaya a la basura, nos da igual el material que se haya tenido que gastar en él, el proceso de fabricación, la electricidad y los litros de agua necesarios para construirlo.
Y así es como empezó el principio del fin. Este verano, la terrible noticia del desprendimiento de una península helada en la barrera de Larsen, que ha dado origen hace solo unas semanas al iceberg más grande del planeta, el A-68, que además de una carretera española y una canción bonita de Hidrogenesse, ahora es un indicio más del principio del fin del mundo. No sé si lo notáis como yo, pero está a la que cae. Con 30ºC de temperatura en las noches de las costas españolas, todos los aires acondicionados enfriando para adentro y calentando para afuera, la situación es irreversible.