El año 2017 después de Cristo, el año 1 después de Bowie, ha empezado mucho más espectacular de lo que podíamos imaginar. El teaser de este nuevo tiempo fue la increíble victoria de Donald Trump, que ya hemos tenido oportunidad de asumir, criticar y despreciar hasta la saciedad. Despotricar es un derecho universal. Adoremos a Madonna por posicionarse. Pongamos pedestales a Javier Marías, que ha hecho de la columna despotricante un subgénero del periodismo de opinión, casi un género poético. No lo tengo claro.
«El odio es un borracho al fondo de la taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida», decía Baudelaire sobre la gente que desprecia a la gente. Así que pongámonos manos a la obra y dejemos la bebida, que solo deshidrata y destroza el cutis. Por prescripción médica, media copa de vino al día nos alegrará todo lo que nos reste de existencia.
Una existencia que ya no compartiremos con Bimba Bosé, una musa de la vanguardia española, una de las pocas personas icónicas de la moda que había creado el siglo XXI. Siempre he pensado, a pesar de ser homosexual, que era la personas más atractiva del planeta. Por sus movimientos, su gesticulación, esa mandíbula prominente y esa silueta andrógina e inconfundible. Era la modelo que nadie quería para sus desfiles, porque siempre daría más que hablar su apellido que su estilismo. Pero pese a eso consiguió poner de relieve la trayectoria de diseñadores como David Delfín, que ahora tendrá que afrontar todo con mucha más tristeza. Bimba, de tan perfecta, resultaba robótica. Me encantará poder conocerla en una futura fiesta en el infierno, entre marcianos singulares, como todos nosotros.

La revelación de que el CNI, la máxima entidad de investigaciones de seguridad de nuestro país, medió por el silenciar una infidelidad monárquica y llegó a pagar millones de pesetas y un diamante a la exvedette circense Bárbara Rey, es una noticia que trasciende el ámbito de la prensa rosa, y nos acerca hacia la posverdad. Nunca sabremos qué hubo de cierto y de falso en la relación entre Bárbara y el Rey Juan Carlos I; pero la sociedad española es líder en construir mitos sobre las ruinas. Los pormenores de aquella relación, que era una leyenda urbana y hoy pronosticamos que fue real, van a ser carne de cañón para los medios. La noticia es un alimento saciante, como la nieve en la playa, como las rebajas de enero. Creo que es fácil imaginarse a la reina Sofía tomando el té con pastas y leyendo con despreocupación los datos de relación que le ocultó su marido durante casi veinte años. La teleserie, ya.
El 2017 no quiere dramas ni conflictos. Por eso huiremos de Siria y Turquía, tampoco veremos documentales sobre el maltrato que los elefantes sufren para ser domados, para recrearemos en el verdadero circo, que ya no es el de Ángel Cristo, sino el de Estados Unidos de América. Resaltaremos noticias como que la primera decisión del señor Trump en la Casa Blanca no ha sido construir el polémico muro que todos sabemos que pagará México, sino cambiar las cortinas rojas de los Obama por unas doradas, como las de su casa.

Las fotos de portada serán de la primera dama, Melania Trump, haciendo cosas. Todo en ese plan. Por ejemplo, Melania vestida con un abrigo de Ralph Lauren mientras Michelle Obama vaya en manga corta. Y es que Melania quizá sea lo mejor que nos pueda deparar la nueva era. Ella está siendo diana de comentarios de tono misógino. Pero es que no es cuestión de género, Melania es otra persona-arte. Es la única mujer tan de plástico como Barbie. A veces algunos podrán llegar a dudar de que realmente tenga pensamientos. Qué crueles podemos llegar a ser los humanos. Algunos apostarán a que debajo de sus ojos felinos y pómulos cerámicos se esconde una maquinaria cyborg de las mejores industrias tecnológicas. Como si fuera otra robot con obsolescencia. Como una flautista de Hamelín programada para hacer ganar unas elecciones a su acompañante. Ya le habría gustado a Pedro Sánchez tener una Melania a sus espaldas.
Sin embargo, en los momentos de mayores poderes retrógrados, la contracultura se envalentona. Por eso, espero con ansia que la música, el arte y el cine se rebelen contra Trump y contra la porquería intelectual de quienes se creen superiores a los demás.
Para empezar bien, me encanta que desde Europa vayamos a exportar a la puritana América la serie The Young Pope. Es una maravilla audiovisual contemporánea, coproducida entre Italia, España y Francia. Concebida y dirigida por un genio de las pantallas, como Paolo Sorrentino. Diez capítulos de locura en los que se destripa otra posverdad: la negligencia social de la iglesia y de quienes se sienten dioses terrenales en altares sagrados. El conservadurismo ante la miseria, el discurso de incoherencia constante. El hechizo de Jude Law consigue que veas la trama, una historia con sexo, drogas y conspiraciones de poder, con absoluta adicción.
