Si alguien pensó que llegó para quedarse, se equivoca. Todos vamos a morir, y todos somos sumamente imprescindibles. Sumamente quiere decir absolutamente, completamente, lo más imprescindibles. Mientras escribo y lees estas líneas nos puede dar un pasmo a los dos y chas: desaparecemos del mapa. No pasaría nada, no seáis tan ególatras. Si murió Steve Jobs (inventor del iPhone), murió Alexander Fleming (descubrió el poder de los antibióticos), murió Willis Haviland Carrier (inventor del aire acondicionado) y la vida sigue, por algo será. Nada importa. Por eso, el hombre, siempre intransigentemente maquiavélico, está ideando la forma de permanecer y perfeccionar su existencia. Diseña máquinas perfectas que sustituyen a hombres y mujeres imperfectos, que envejecen, que cogen bajas laborales, que pierden tiempo riendo y llorando, que se enamoran. 💘
Para eso estamos aquí, para emocionarnos, para reír, para llorar, para amar, para follar. Todo lo demás, sigue siendo irrelevante, intrascendente. Para qué perder tiempo metiendo patatas y cebollas en sacos si hay máquinas que lo hacen más rápido que tú. Para qué perder el tiempo pelando y cortando patatas y cebollas para hacer una tortilla, si los supermercados las ofrecen hechas y baratas. Pues así todo. Cualquier cosa que se te ocurra, un robot la realiza mejor que tú. Menos el arte, menos la investigación, menos la documentación, menos la política y menos disfrutar del hedonismo. Por eso, tenemos que dedicar más tiempo a esas cinco cosas. Reunamos todas las apps, gadjets y productos que nos solucionan la vida. Que el tiempo corre. ⏳
Aristóteles intentó describir la felicidad como «autosuficiencia, ocio infinito sin aburrimiento». Parece que pronto se dio cuenta de que ese modelo de vida no se lo podrían permitir ni los plebeyos ni los monarcas, quedaría relegado al ámbito de los dioses, y la única opción que tenía la humanidad era luchar para conseguir un poquito más de felicidad cada día bajo esa alta premisa. Claro que Aristóteles no conoció los robots. Ni vio la película WALL·E, ni siquiera Terminator, ni mucho menos la serie Humans (una de mis series favoritas de 2015). Estas nos aproximan a conocer lo que un robot puede hacer por nosotros: salvar el planeta, salvarnos de decisiones que tomemos en el futuro, plancharnos la ropa, producirnos placer. Algo por encima de las posibilidades de muchos humanos.

Trabajar es importante. Y según un estudio estadounidense, aunque la mayoría decimos que queremos que nos toque un Euromillones y dejar de madrugar, lo cierto es que el 68% de ganadores de grandes premios de la lotería en USA han seguido en sus puestos de trabajo o han emprendido otros. Algo que tumbaría todos los planteamientos de filosofía de la felicidad aristotélica y concluiría en que el ser humano no está preparado para ser tan feliz como pretende.
La revolución de las máquinas, no obstante, es imparable. Y si no lo hacemos más rápido es porque no nos interesa. Si hemos sido capaces de sobrevivir a la revolución industrial del siglo XIX y a la revolución tecnológica que supuso el siglo XX, estaríamos preparados para el teletrabajo y la realidad aumentada, mientras los robots lo hacen casi todo por nosotros. Qué útiles serían los robots para aplicar la Ley de la Dependencia: servidores públicos en nuestras casas, a nuestro servicio. Hasta recuerdo reportajes de los 90 en la revista Muy Interesante en que se trabajaba ya con las emociones, con robots que sonreían, se preocupaban o mostraban capacidad de ironizar. Si en veinte años no podemos comprar eso, es porque a alguien no le interesa.
¿Nos conformamos con robots de cocina, robots aspiradores, robots lavadoras y robots que ponen el tapón a la pasta de dientes en las fábricas de trabajo en cadena, como en Charlie y la Fábrica de Chocolate? ¿O damos un paso más y sacamos de la caja de cartón las unidades perfeccionadas de seres humanos que, como vimos en Black Mirror, son capaces de hasta sustituir a una persona querida fallecida? Tendremos que tomar decisiones, pero el planeta ya está preparado.
Qué práctico sería tener robots reforestando los bosques quemados. O seleccionando para reciclado la basura que generamos los vagos humanos que en ocasiones no somos capaces de hacerlo. Los trabajadores, los consumidores y los empresarios se beneficiarán de la inminente rebelión robótica. Cuando descubramos sus beneficios, pondremos altares a Isaac Asimov. Apuesto a que en menos de 10 años veremos robots taxistas, robots neurocirujanos y robots jardineros. Lo único que no podrán hacer los robots a corto plazo es arte. Aunque, por qué no, deberían intentarlo.