Tu plan de pensiones

Venimos al mundo igual que nos vamos, sin lo puesto. Ayer, Día Mundial de la Infancia, recordé aquellos maravillosos años de ilusión en los que entendías el mundo como algo ilimitado. Las vacaciones eran interminables y entre las aficiones habituales estaba la de acumular y coleccionar todo tipo de cosas. Como niño caprichoso, llené armarios con minerales y gemas preciosas, luego quise tener todas las animaciones de Walt Disney en VHS, y completé hasta los topes un cajón con llaveros absurdos: desde un racimo de bananas a una cafetera. Pero un buen día una torta de sensatez me explicó que todo lo que se oculta no sirve absolutamente para nada.

Colecciones absurdas. Llaveros.
Colecciones absurdas. Llaveros.

Los VHS de La Sirenita, Aladín, 101 dálmatas o Dumbo, con todo el dolor de mi corazón, acabaron en el contenedor. Ese día lloré como si se fuera a acabar el mundo. Ahora, aunque sigo comprando Blurays y discos de música, la mayoría de la cultura audiovisual y musical que consumo se almacena en archivos digitales que no sobrecargan el planeta, que ya pesa demasiado. Todo lo material acabará en cajas de cartón de un trastero lleno de bichitos de plata. ¿Y ese es el futuro? Prefiero la bomba de humo.

Desde que vivo en un piso de 55 metros cuadrados he aprendido a economizar espacio. Cuando entra una camisa, vuela la percha de otra al contenedor de ropa. Cuando un par de zapatos agota su vida, entra otro para sustituirle. Nunca hay más de nada, porque espero que el espacio sea el mismo ahora y dentro de 10 o 20 años. Me gusta entender el hogar como algo que proliferará inmóvil en el transcurso de mi vida, aunque pueda vivir en otras ciudades temporalmente.

¿Y si el verdadero lujo fuera el espacio?
¿Y si el verdadero lujo fuera el espacio?

 Un spot televisivo de coches de los años 90, de esos que se marcaban de hilo musical, preguntaban si acaso el verdadero lujo era el espacio. Un salón gigante con vistas a una metropolis, completamente diáfano, un sofá y un acuario inmenso con una ballena. Exactamente, ese es el lujo más obsceno, el que muestran los propietarios de mansiones de ¡Vaya casas! o ¿Quién vive ahí?, documentales de temática inmobiliaria completamente adictivos. Que sepas que el espacio que no se va a utilizar, la comida que no te vas a comer y los pantalones que no te vas a poner se los estás quitando a otro.

Llevar una joya de Cartier, un Rolex, una chaqueta de Prada o unos zapatos de Christian Louboutin son un lujo, pero no tanto en cuanto se utiliza y se consume, no permanece, y no molesta más que a las envidiosas que no pueden permitírselo. Quitando los lujos aberrantes (los sujetadores de más de mil, diez mil o cien mil dólares) el mercado del lujo cuenta con precios razonables porque ofrecen algo exquisito y exclusivo.

Lujos inabarcables.
Lujos inabarcables.

El caso es que para la caja deluxe que sintetice el fin de mis días, para mi plan de pensiones, no quiero más objetos, ni más materiales, ni más colecciones. Solo compraré cosas bonitas que se puedan ver todos los días, arte que pueda emocionarme cada mañana, y objetos de decoración que quizá, Lolo, en uno de sus juegos de brincos nocturnos, pueda convertir en añicos. No me dolerá, soy fallero, estoy acostumbrado a ver grandes obras de arte que se queman.

Como dice Christo, «la verdadera belleza del arte llega cuando se destruye». Y así en la vida.

¿Realmente necesitas planes de pensiones?
¿Realmente necesitas planes de pensiones?

3 Comentarios

  1. Gracias. Pues que sepas que las tazas tampoco sirven para nada. Como máximo, siete tazas, una para cada día de la semana.

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