Lo hemos intentado. Entramos en la CEE, posteriormente en la UE, formamos parte de los 27 países decisivos y accedimos al euro. Quisimos que nos tratasen como a los demás. Pero en España, en 2013, la justicia permitirá vivir en libertad a una tonadillera condenada a 2 años de cárcel por blanqueo de capitales.
Es un frutero de manzanas podridas, bodegón de esa España que, a veces, es la única España real. La España de la corrupción y el abuso de poder de los que más tienen. Un país sin Robin Hood. De aquel «dientes, dientes, que es lo que les jode» de una Isabel Pantoja que paseaba su bigote corrupto pasamos al «que se jodan» de la diputada adinerada cuyo papá, Carlos Fabra, tiene un aeropuerto construido con el dinero de sus vasallos. Eso es España.
Dedicamos demasiado tiempo a plantear cómo queremos que sea la marca España. La única marca España que nos sienta bien es la de nuestros creadores, artistas plásticos, actores y directores, diseñadores que hoy trabajan en las ferias internacionales, cantantes y músicos, atletas, tenistas y futbolistas, mal que me pese nombrar a estos últimos. Con todo lo demás, España ha perdido el target y no puede ofrecer más que el magnífico Cobi de Mariscal. Sí, mejor que caiga en manos de los catalanes y vascos, que son los mejores en eso de venderse.
En la Comunidad Valenciana somos berlanguianos por definición. Pero no en aquel sentido de humor desmadrado, atropellos a la corrección política o el fetichismo de culto. Ojalá. Somos burlescos en todo lo que viene a ser la vida seria, el procedimiento formal, la disciplina sistemática. Así vivimos todo el margen mediterráneo hasta llegar al barrio alto de Benicarló, y adentrándose hasta la meseta madrileña. Se salva Toledo, quizá, la única isla, con ese nombre tan bonito, de ciudad bien. Suena como Oviedo, la capital perfecta.

El caso es que hoy, 16 de abril de 2013, en España los informativos hablan de la corrupción de una tonadillera, el exalcalde de Marbella, y su exmujer. Entre ellos hubo un menage-a-trois de corrupción, de cuentas infladas de dinero negro, de apartamentos comprados y vendidos con dinero robado, una historia viva de España televisada en directo.
La Pantoja, juzgada, condenada, grabada y fotografiada, ha salido del juzgado y ha sufrido un desmayo, se ha marcado un Aramis Fuster en toda regla. Así es como nos indignamos en España. Quien habla otorga. Mejor tirarse al suelo, como hizo otra Maribel, mi concursante favorita de Masterchef, que para más inri es de Castellón, como sus alcachofas, como el aeropuerto sin aviones.
Mientras tanto, en los estudios de diseño y en las agencias de publicidad están desarrollando proyectos, estrategias y mensajes originales para captar la atención del espectador, para que vean España como un producto de calidad. El señor Amancio Ortega se forra porque sus productos son copias baratas, producidas siempre en países donde la mano de obra es una penalización humana. No nos creamos tan originales, que no. No nos creamos confiables, que hay que recordar que todavía gobierna Mariano Rajoy y reina Juan Carlos. Y que no nos nombren la marca España más veces, porque amenazo con tirarme al suelo y hacer la croqueta.