
En ARCO Madrid nada está escrito. Recuerdo que por 2010 algunos medios ya anunciaron a bombo y platillo la última edición. Tres años de recesión después, pese a los que ven el túnel con la luz apagada, la feria sigue, el artista vende y las galerías sacan cabeza arriesgando con nuevos talentos y nuevas inmersiones internacionales. Es lo que toca; este año Turquía. Vender arte sin explorar lo nuevo es como lo de aquel chef que no tocó la carta en años y creyó que todo iría bien.
ARCO no se tropieza al apostar por unos mínimos. Las debilidades se aprovechan para volver a levantarse. Que se lo digan a Norman Foster, que durante la jornada de ayer se tropezó con una escultura valorada en 55.000 euros y la tiró al suelo. Si a mí me hubiera pasado algo parecido, con lo tontorrón que soy, me habría dado tanto reparo que habría volado a una sucursal bancaria a pedir un crédito para llevármela a casa. Que a saber si las esculturas de Bernadí Roig tienen alma propia. ¿Me hubiera perdonado? Hace años, una escultura de este artista ya sufrió un ataque en la explanada del IVAM y dicen que el agresor no ha levantado cabeza.

Anécdotas a parte, es comprensible que pasen estas cosas, porque la ironía en el arte contemporáneo no ha dejado de ser el elemento revolucionario más significativo, lo que le hace al arte escalar puestos en los telediarios y mejorar la cuota de público. Es el reclamo, aunque no se venda. El año pasado un Franco hiperrealista dentro de una nevera, este año personajes anónimos, casi indignados, que se fusionan con el espectador. Un arte a la vista de todos, pero al alcance de muy pocos.
Claro, que quien paga los 40 euros de entrada para ver ARCO sabe a lo que va. Litografías y pósters, por eBay superbién. Pero el arte en mayúsculas tiene un precio. Y da igual la técnica y las horas de elaboración; eso son pensamientos del siglo pasado. Lo que importa es la belleza total, el cómputo de valores emocionales, el factor sorpresa y la ironía revolucionaria. Sí. Hoy, decir ¡Ya basta Hijos de Puta! con una tipografía limpia es un grito tan expresionista como el de Edvard Munch. ¿Que quién se lo lleva a su casa? Está claro que ni Tita Cervera ni Nati Abascal. Pero lo echan en prime time por la tele.

A grandes rasgos, en ARCO, desde hace ya unas cuantas ediciones pero especialmente en la de 2013, podremos encontrar tres tipos de obras:
Uno. Las instalaciones espectáculo. Montajes gigantes que invaden el stand, pesan toneladas o necesitan instalación con grúa. Sólo caben en mansiones de Ricardo Bofill o Joaquín Torres, sus precios son inasequibles hasta para los nuevos ricos, y resultan una ostentación inadmisible para dotarlas de carácter privado. Serían excelentes esculturas públicas de rotonda. En Valencia, bien podrían ser una falla contemporánea. La vena pirómana, que me sale. (1) (2)
Dos. El arte de gran habilidad técnica y sorpresa visual. Aquí cabe pintura, fotografía, mural, collage y todo tipo de escultura que se elabora con una técnica cuidada, original y suele contener significados perturbadores de la conciencia. Es la más entendible y fácil de comprar. Porque te dicen 8.000 euros y puedes medir las horas de talla, las pinceladas o la genialidad compositiva de una foto. Arte artesano, o arte del siglo XX. (1) (2) (3)
Y tres. La ironía. Lo llamamos arte, pero otros lo llaman broma. Juegan a confundir elementos, se someten a la cuestión eterna de qué es arte y qué no lo es. El extintor al fondo del pasillo. Así, se enfrentan sistemáticamente a su precio. Son un acto de rebeldía del autor y un regalo fotográfico para el espectador. Es la tendencia en auge, y cada día vemos más ejemplos. (1) (2) (3)
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