«A veces parezco súper superficial, y es que lo soy». Parece una declaración de un paciente psicoanalizado. Pero lo dijo Pelayo Díaz, con lágrimas en los ojos y voz quebrada tras cambiar el estilo de uno de los pocos concursantes masculinos que han pasado por Cámbiame, el programa de televisión del verano 2015. La superficialidad, la frivolidad, siempre han sido vejadas desde la cultura, como si fuera un modo de vida menos intenso, como menos importante. Cuando lo cierto es que muchísima gente súper superficial ha creado arte, ha escrito libros, diseña un modo de vida que todos acabamos imitando y ha rodado las películas que hoy ponen en un pedestal aquellos que critican la entredicha insustancialidad emocional y cognitiva.

Pelayo Díaz podría ser una persona arte. Es una percha fantástica para cualquier tipo de atuendo. Hace lo que le da la gana y se pone lo que le da la gana, porque para eso estudió en Central Saint Martins, la meca para cualquier aspirante a trabajar en la antigua moda, mercado de tendencias. Hoy se encapricha de un sombrero, mañana del tupé, pasado de unas gafas supersónicas de Alexander McQueen, y al siguiente se viste normcore sofisticado para pasear por Ibiza.

El definitiva, Prince Pelayo, como se apoda, es un ejemplo global del nuevo kitsch estético. Alexis Tocqueville, uno de los sociólogos e ideólogos que profundizó en los efectos de la economía sobre la estética, lo tiene muy claro: en democracia el número de consumidores aumenta, pero el criterio empieza a escasear. Compramos más de todo, amortizamos más rápido las tendencias, queremos lo último, pero lo retiramos demasiado pronto. Sin tener en cuenta el coste, sin tener en cuenta nuestros gustos estéticos (sic). Más es más.
Cámbiame es un testimonio perfecto de malos hábitos socialmente aceptados que emborronan nuestra individualidad: cambiar de ropa por moda, cambiar por fuera para sentirnos mejor por dentro, cambiar por cambiar, cambiar para dejar de ser uno mismo y sentirnos como aquellos a quienes admiramos, cambiar para ocultar nuestros defectos y modificar nuestro atractivo personal. No voy a entrar a desgranar el concepto del show televisivo, sería abusar en mi enjundia. Pero Pelayo Díaz me ayuda a resumirlo todo en otra frase reseñable: «Ser rubia no es un color de pelo, se puede ser rubia de corazón».

Pese a que me he limitado a describir y citar, esto podría parecer una crítica a la súper superficialidad. Ni mucho menos es mi intención. La vida humana es demasiado frágil como para tomársela en serio las veinticuatro horas. La erudición y la rectitud moral son un chiste porque cuando las personas morimos desaparece todo. Solo queda lo que hemos creado, proyectado, y nuestra imagen será un vago recuerdo estético y cuatro tonterías escritas, probablemente contradecibles.
Emborrachémonos de frivolidad y disfrutemos de los numeritos de Cristina Rodríguez, Pelayo Díaz y Natalia Ferviú en Cámbiame. Y hagámoslo de forma inteligente; combinándolo con buenas lecturas, buenas películas y música a base de bien. Porque el arte es la mejor medicina homeopática para seguir a salvo.