Hablemos en género femenino

En una de las pocas etapas de mi vida que tuve pandilla de amigas, porque siempre he sido poco ducho para las amistades grupales, recuerdo un momento preciso mediante el cual, como los chicos éramos minoría, se impuso de forma convencional y democrática la norma de hablar en género femenino cuando nos referíamos a la pandilla. A mí no me pareció tan mal como a mis otros congéneres. Quedábamos todas para ir al cine, hablábamos de las cosas que nos gustaba hacer juntas, y empezábamos a desbastar el lenguaje machista de la sociedad, y al principio resultaba muy divertido. Yo lo asumí con tanta comodidad que, a veces, en algún otro espectro de la vida, se me escapaba una forma verbal en femenino, con sus consecuentes mofas.

Ellas, furbies y otros juguetes asexuadas.
Ellas, furbies y otras mascotas asexuadas.

Luego llegó la fase de aceptación de la orientación sexual, con todos sus prejuicios y alevosías hacia la pluma. Una batalla que, por cierto, sigue vigente en la cultura gay. A muchos hombres les parece mal que a otros hombres se les note que son gays, o que exterioricen de cualquier manera su pose, sus fantasías, su gusto por la estética, la frivolidad y el sexo explícito. Y lo que es peor: muchos hombres no creen que a ellos se les nota que son gays y por ese motivo se creen más hombres. El caso es que, con la aversión a la pluma, el gesto de hablar en femenino cayó en el cuarto oscuro de los pecados, y decir que estamos aburridas se podía considerar una deshonra para la especie humana.

Hace unos años, pocos, que recuperé la forma femenina al hablar ocasionalmente con mis amigas, sobre todo al salir a pasarlo bien. Simplemente porque me parece divertido, es una forma de hacer más cómplices las conversaciones y separarnos de aquel mundo gris mayoritario, copado por algunos heterosexuales y falsos heterosexuales que prejuzgan, juzgan y condenan con intolerancia cualquier transgresión de tipo sexual o tratan con burla las identidades de género diferentes a las suyas. ¿Mariconadas las justas? Yo digo: mariconadas para todos como antídoto para muchos males que sufre esta sociedad. Y ya sabéis lo mucho que nos gusta a algunos diferenciarnos del puro laggard.

La lengua femenina.
La lengua femenina.

Y con la eclosión de lo indie, de las fiestas heterosexuales gayfriendly y de las sesiones de ambiente gay en el que los heterosexuales se mueven como pez en el agua, con gran respeto y tolerancia, llegaron fenómenos como En Plan Travesti, unas fiestas de Madrid donde estaba lo mejor, una removida para dar la bienvenida al siglo XXI y a las nuevas formas de pensar, de hablar y de bailar. Este tipo de eventos han desembocado en movidas madrileñas por toda España a través de fiestas-espectáculo como Que Trabaje Rita, Cuenca, Versés, y un montón de salas dispuestas a recibir a hombres barbudos y mujeres tetudas, a niñas pijas y chavales rasurados hasta el pubis, sin que la orientación sexual tenga que ser un tatuaje definido por la apariencia estética.

Como dijo Alaska en el programa Torres y Reyes cuando fue como invitada antes de apoderarse del formato: «los maricones y las travestis hemos vencido». Al menos en Europa, la apariencia estética dejó aparcados los clichés del siglo XX. La ropa ya no es nada más que ropa y al mismo tiempo lo es todo: expresión artística, arte visual o proyección intelectual. Decisión sin fundamento y un lenguaje con el que lanzar ideas o recrear nuestra esencia, lo que nos define en cada momento. Cualquiera puede decidir cómo vestir cada día del año, sin guardar coherencia con el día anterior, convirtiendo su cambio de muda en una pasarela circense. El caso más reseñable es el de Pelayo Díaz, un referente y una celebridad sin explicaciones ni trasfondos.

Pelayo, un referente de moda circo.
Pelayo, un referente de moda circo.

Luego conocimos a Mario Vaquerizo, una amiga de todo el mundo, a la que precisamente no le gusta que le hablen en femenino. A esas fans las llama tontas porque piensa que se están copiando de sus maneras de proceder para hacerse las graciosas. Pero no, hay muchos marios que descubrieron las bonanzas de quitarse el tinte homofóbico de la cabeza, y él solo ha sido una ayuda definitiva para normalizar los nuevos usos en primetime televisivo. Precisamente contra él ha llovido mucho y siguen abiertos los fuegos de la homofobia. Queda largo camino por recorrer.

Y uno de los rasgos que más me llama la atención del nuevo movimiento lingüístico es que está calando bien en la música. El pop español contemporáneo empieza a hablar en femenino. Antes ya lo hicieron Fabio McNamara y Pedro Almodóvar, o el mismo Tino Casal. Pero ahora es un aluvión de hombres de orientación sexual variada los que se animan a decir cosas como «el médico me ha dicho que quitara el café de mi vida, solo tomo dos tazas al día y él está muerto y yo viva» (Mi fábrica de baile, Joe Crepúsculo), o «ahora llevas dentro algo nuestro y nosotras tu sabor» (Chinches, un hit de baile novísimo de la revelación del electropop valenciano, Amatria).

Ella es Amatria.
Ella es Amatria.

Así que os invito a que os animéis, amigas y famosas, blogueras y conocidas: hablad en femenino, leamos a más mujeres, aprendamos lo importante que fueron ellas para la historia, para llegar hasta aquí. Defendamos políticas de igualdad, seamos más feministas y así acabaremos con unas cuantas lacras culturales y sociales que nos acechan.