Prometí que en 2014 no hablaría mal de lo que no me interesa. Pero no dije nada de mis contradicciones eventuales. Amaral, ese grupo de pop facilón y pseudo-hipster (si la ley de oferta y demanda lo exige) ha pretendido hacer demagogia tan barata que me veo obligado a criticarla. Dicen, los muy proto-fascistas, que aquí todos los políticos son iguales. Les pegan guantazos para que vean lo que sufre el pueblo llano. Eva Amaral, la lideresa de un 15-M trasnochado, se envalentona para posicionarse con los de la calle. Como si fuera el espíritu vivo de la revolución. Castro tiene relevo.

La era de las revoluciones se acabó en el siglo XX. Ahora estamos en otra cosa. Seguramente las únicas revoluciones del siglo XXI serán SEO y TIC. Tecnología, comunicación y técnica al servicio de las iniciativas privadas. Pero es muy atrevido jugar a posicionarse como revolución y no decir qué ideas defiendes. En principio, la de «todo da lo mismo y me cago en los políticos» no vale, Querido Antonio. Y lo de mezclar arte y violencia no me gusta nada. No era muy sensato hacer tanta sangre para una declaración de principios tan vacua. La sangre siempre es infame, pero así más. Los peores retratos que les han podido hacer a Rajoy, Rubalcaba, Gallardón, Mas y Griñán deberían ser objeto de denuncia.
«Vi un extraordinario hombrecito que me examinaba con seriedad. He aquí el mejor retrato que pude luego hacer de él. Pero mi dibujo, sin duda, es mucho menos encantador que el modelo. No es mi culpa». (El Principito)

Cito otro fragmento de esa obra talismán para recuperar otro asunto que me preocupa, me divierte y desde que empecé a estudiar historia del arte me cautivó por completo: el retrato de seres humanos. Me viene a la cabeza gracias a la célebre pintura que George Bush ha presentado esta semana, retratando a su amigo José María Aznar. En el contexto de una terrorífica galería de sus primeros óleos, junto a retratos de Dalai Lama o Angela Merkel. Atrevimiento es poco.
La exposición se titula «El arte del liderazgo». Es casi una provocación en sí misma utilizar dos términos que poco se pueden atribuir a su persona. Arte, ¿un entretenimiento amateur sin formación previa? Valiente, Bush. Como si a un chimpancé le das colorines. Perdón; acabo de darme cuenta de que el trabajo del tierno e inocente mono merecería un respeto. Liderazgo es otra palabra poco definitoria para uno de los jefes de estado (del G-20, al menos) más ominoso que ha conocido el siglo XXI.

Me he centrado en este caso por no hablar de otros muchos. Como aquella vez que Pepe Bono, el expresidente del congreso, fue ordenado retratar por el actual presidente de la cámara. El coste de la obra: la nada despreciable cantidad de 94.000 euros. Estaría muy bien si hubiera sido un retrato fotográfico de Nico Bustos o de Terry Richardson. Desde que existe la fotografía (y todas sus herramientas de edición) no le veo mucho mérito o sentido a aquello de pasarse seis meses dibujando, sombreando y perfilando la cara de un ser vivo, como si se tratara de las cuevas de Altamira, o el arte renacentista.

El expresidente sería retratado por un tal Bernardo Torrens, que dejará al pobre Bono enlatado en formol para los siglos de los siglos con una de sus peores caras. Ahora pienso que quizá hicieron lo mismo los retratistas de Fernando V, Luis XV, Alfonso XII y todos esos señores de nuestra historia que de entrada caen tan mal y tienen cara de tiranos malvados; de esos que te pueden cortar una mano si coges una naranja del campo ajeno.
No hay mejor retrato que una buena foto. Las muecas, la aureola de personalidad que invade al resto de elementos, el rictus, siempre son más fáciles de captar con la precisión de una instantánea que en milisegundos se plasma en píxeles matemáticos y puros. En el siglo XX quedó aquella interpretación desvirtuada que durante horas, días y semanas pueda realizar un pintor impregnado en trementina. Parece mentira que hayamos avanzado tan poco.
La que se deja fotografiar todo el rato, y además parece que busque las cámaras, es Esperanza Aguirre. Todos los altercados mediáticos que produjo cuando estaba en primera línea de la política son poco para la sobredimesión que la pobre sexagenaria genera ahora. Se define a ella misma en tercera persona, como si fuera una diosa del nivel de Aída Nizar para excusar sus delitos. Una chulería, un atropello, una huída y una multa vuelven a ser hashtags de actualidad en España. Y ella, tan feliz como una peonza.

Me´quedao ciego con el gif de Espe.