Cerca de cumplirse 25 años del estreno de Amanece que no es poco, el largometraje que significó un viraje a las expectativas del cine español democrático, la editorial Pepitas de Calabaza ha decidido publicar el guión genial de Juan Luis Cuerda. Es un texto que deslumbró al público de varias generaciones después, y que en su momento pasó desapercibido. El futuro siempre hará justicia. Porque creo que hay obras de arte que no están preparadas para ser digeridas en su contexto social.

Amanece es la comedia coral que retrata la España más surreal, que al mismo tiempo es verdadera, la que hoy todavía conocemos. La extraña relación de la iglesia católica con la autoridad, con el mundo agreste, o con la prostitución, aquí se ve plasmada con naturalidad. Un ingeniero español que emigró para trabajar en la universidad regresa a su pueblo, pero se da cuenta de que en el pueblo no hay nadie ya: todos están en misa. Así empieza el caos de personajes fantoche, parodias sin fin, ironías revolucionarias de la España cañí, de la vida en las no-ciudades, que es mucho más enriquecedora que la vida de la Gran Vía madrileña o la del Passeig de Gràcia barcelonés.
Lo digo yo, que no he pasado más de tres días seguidos en el campo. Pero sé que en el cortijo donde se crió mi padre la vida es tan cruda como la leche que se consume, y así es como se aprende a vivir. Todo lo que pasa en las ciudades es un invento reglado por convencionalismos. El asfalto y los supermercados están hechos para cobardes. Allí, otro gallo cantaría. Levantarse, ordeñarte tu propio desayuno, hornearte el pan de cada día, tiene su encanto. Nadie dijo que la vida tuviera que ser un campo de flores.

No olvidemos que vivimos en ese país en el que se muere por salir de fiesta, por excedernos con algunas sustancias y adicciones. Carmina. Belén, a puntito. Morir en Marbella, en Mallorca o en Benidorm, como Manolo Escobar, es lo más alto en el ranking de muertes guays. El balconing mata a decenas de turistas desfasados en Ibiza. Las discotecas causan avalanchas, muerte y destrucción. Esa es nuestra España. ¡Que viva!
Tampoco han cambiado tanto las cosas desde que éramos republicanos. La dictadura solo asentó nuestras tradiciones, aquellas bobadas que nos hacen olvidarnos de la mediocridad de nuestro paisaje. Cantemos pan, circo y boogie boogie. Si viene Pamela Anderson a recordarnos que el toreo es una salvajada, que le den, que os den. Si hubiéramos evolucionado como nuestros compañeros europeos, las plazas de lidia hoy serían museos de vanguardia y salas de conciertos. Como mínimo, centros comerciales. Angela Merkel, la bruja alemana, lo habría ordenado así por correspondencia democrática y cristiana. Pero no.
Al final nos tenemos que alegrar de que amanece todos los días, y de que, muy de vez en cuando, nos llega alguna alegría. Que si algún festival, que si alguna exposición, que si alguna visita estelar. Como cuando vino John Waters a decir que basta ya de exaltar a los maricones y a travestis, que lo más moderno es una pareja de heterosexuales que no quiere tener hijos y lo tiene claro.

Yo estoy deseando que David Bowie venga a Valencia y le podamos enseñar las Fallas. Pero a este paso, seguro que se entera de nuestra existencia de rebote, en algún festejo de The Burning Man. La imitación americana nos lleva la delantera en casi todo.
«Cantemos pan, circo y boogie boogie» jajajaja Grande