La crisis de los treinta nunca llega con los treinta, llega con los treinta y uno. Se me olvidaba que ya sucedió así hace diez años. Tendría que haber prevenido todo tipo de complejos y miedos. No celebrar cumpleaños no fue la medicina correcta. Ahora, tras obsesionarme con todo tipo de Extreme Make Over de ese gran canal de televisión que es Xplora, no paro de darme cuenta de lo joven que soy por dentro y lo mayor que soy por fuera. Pero no quiero obsesionarme, que soy capaz de caer en cualquier Mi Extraña Adicción derivada del paso del tiempo.
He mimado mi flequillo durante estos últimos días como si fuera pan de oro. Todo tipo de productos farmacéuticos, cuanto más caros mejor, con tal de paralizar y prevenir la caída. He sumado otra manía a este verano: he decidido no tomar el sol. Así, como gesto #postureo. Me toca tomarlo igualmente porque soy de los que sale a la calle, aunque ahora con crema protectora. Pero paso total de extenderme en una toalla de rizo y rendir culto a los rayos ultravioleta. Creo que esa costumbre algún día estará tan mal vista socialmente como el no reciclar. Tiempo al tiempo.

Uno de mis mitos eróticos adolescentes fue el príncipe William, la versión masculina de su madre, Lady Di. Lo veía en las páginas de la Hola y quería ser como él y vestir como él. No es casualidad que me haya chiflado de siempre el estilo british, que me encante la moda de Topman, Selfridges o Liberty y que mi marca favorita sea Paul Smith. El pelo panocho, entre alemán y murciano, tiene sus orígenes en los gentleman galos, no me cabe duda.
Fíjate cómo está el ínclito ahora. Un año más joven que yo, y el pelo no le da ni para medio tupé. Las marcas de la edad son esas facciones de cara tirando a padrescas, esas arruguitas del ojo. La dejadez. Todo eso tiene solución: microinjertos, tratamientos, cremitas, bótox. Se puede llegar a cuarentón con dignidad, y más cuando se vive entre realeza, o lo que quede de ella. Lo que no puede ser es un príncipe viejoven; un respeto a los cuentos infantiles.
De pequeños todos hemos soñado con ser jóvenes para siempre. Las niñas, con sus Barbies, imaginaban un mundo de perfección estética, riqueza, trajes, cócteles, coches y un cuerpo de infarto. Los niños, con sus cochecitos y los videojuegos, jugaban a accidentarse, perdiendo vidas sin darse cuenta de que a veces estábamos viviendo sólo una. Las niñas más caprichosas querían ser lo contrario de lo que eran. Rubias o negras, como en el youtube de la semana.
Lo indudable es que si existe una receta para conservar la juventud, pasa por conservar la línea, consumir mucho gazpacho, mucha fruta y mucho verde. Desde luego, hay que dejar el moreno caribeño y tender hacia un cuidado de la piel más sesudo. También hay que dormir. Lo que queda de verano lo quiero vivir en ciudades grandes, en parques verdes, a la sombra y con mi nuevo juego de ipad favorito, Badland.
