Esperanza Aguirre ya lo dijo en una de sus últimas meteduras de pata como política: a los arquitectos habría que matarlos porque sus fechorías duran más que su propia vida. Lo dijo, supongo, con conocimiento de su propia trayectoria profesional. Pues sus fechorías políticas, sus recortes desmedidos y su temperamento prepotente y tajante se acabarían el mismo día que dimitiese. Aunque la herencia de su gestión, probablemente, también durará más que su propia vida.

Hace unos días, el prestigioso historiador William Curtis aterrizaba en Valencia para decir más o menos lo mismo, hablar del legado de la arquitectura monumental que Santiago Calatrava ha dejado en el paisaje de la capital levantina para los restos. Lo califica de ‘techno-kitsch’. Yo, que detesto en profundidad la creatividad del ingeniero afincado entre Nueva York y Valencia, creo que puede resultar hasta divertido que haya una ciudad para la posteridad como referente de un turismo de arquitectura espectáculo. Me sabe mal que sea Valencia, pero alguna tenía que ser. Las Vegas es la cumbre mundial de la arquitectura hortera, la iluminación insostenible y los hoteles megalomaniacos. Y eso la convierte en referente turístico de primer orden.
Millones de personas han visitado Bilbao pensando en ver el Guggenheim y poco más. El edificio es una asombrosa maravilla, una catedral del arte contemporáneo, una impresión trascendente y continua, comparable con pasear por El Escorial o entrar en la Sagrada Familia de Gaudí. Pero cuando paseas por la marginal de la ría, callejeas por el entramado medieval o subes al monte Artxanda llegas a conocer una ciudad diferente, quizá más auténtica y valiosa.
Lo mismo sucede con Oviedo. Por muy imponente que pretenda ser el palacio de congresos del ínclito Calatrava, que asusta desde lejos, la emotividad de una ciudad bien ordenada, urbanísticamente perfecta y sensible con el peatón, permite desatender toda esa fechoría arquitectónica. Más fea que bonita, la nueva construcción es un icono de vanguardia y mañana ya veremos. En tiempo pone el urbanismo en su sitio, y saca a la luz las incoherencias o el buen criterio de quieres decidieron dejar algo en tu ciudad para que se quede, para que envejezca contigo, lo rehabiliten en un futuro y se mantenga útil. Pero el pasado está en la forma de las calles, el paisaje y en la sombra de plazas recónditas.
En Valencia, como explicaba William Curtis, hay muchos valores ocultos. La Lonja de la seda lleva desde el siglo XV siendo el referente arquitectónico del gótico mediterráneo. El Mercat Central es un emblema del modernismo más austero, casi racionalista. Y en los últimos años se han hecho cosas cuidadosas y que tratan de preservar el paisaje de conjunto, como el MuVIM (Guillermo Vázquez Consuegra), el edificio Veles e Vents (David Chipperfield), o la adaptación de las ruinas del foro romano (José Miguel Rueda). Pero está visto que la discreción nunca luce.
Aprovechando la recomendación arquitectónica del MuVIM: esencial la exposición de nuevos talentos programada por Art in Group. Es uno de los acontecimientos culturales por los que todavía vale la pena visitar los espacios museísticos de Valencia.
