Eres imbécil si crees que todo lo que acontece es algo inexplorado y que hay que reinventarse (o inventarse un propósito) para salir de un ciclo fracasado. Das pena cuando tienes miedo a no conocer lo que pasará o cuando crees que algo durará para toda la vida. Ningún moderno que se precie rehúye del pasado o desconoce lo que se más se vende. Más bien lo contrario, lo admira.
Todo está escrito, publicado, creado, leído, visionado y fusilado. Y el día que alguien sale por la puerta de su trabajo y piensa «hoy he hecho algo que sólo sé hacer yo» es porque nos encontramos ante un genio o ante un idiota congénito. Abundan más los segundos tipos, claro. Tipo arquitecto Joaquín Torres, tipo cantante David Bisbal o tipo director Pablo Berger, aunque no quería poner ejemplos. La falsa modestia de algunos me enrabian.

Pierden el tiempo quienes sufren al no entender el desamor, al no saber hacer frente a una decisión compleja o quienes no saben enfrentarse a la muerte. Pasado cualquier shock, hay que asimilar que por ahí ya hemos pasado y volveremos a pasar muchas veces. Y si queremos conocer alivios y soluciones, mejor que recurramos a la teoría y a la práctica que no a los lamentos.
Se ha impuesto en muchos discursos el emotivo recurso de la realidad, el de la realidad de Mariano Rajoy, para salir de cualquier conflicto del que es responsable. Es muy triste lo que me está pasando, pero yo no puedo hacer nada, es la realidad. Y es así, te la tienes que comer con patatas deluxe y acompañada de una cervecita, a poder ser.
La solución a todas tus crisis está en la biblioteca, en la filmoteca y en una sesión fotográfica de Vogue de 1969. En ellas se fija Anna Wintour para diseñar el futuro, para decirnos lo que sí y lo que no. Son solo caprichos, pero con fundamento.

La explicación a un trabajo mal hecho está en haber elegido malos referentes; para crear hay que saber copiar muy bien. Y la solución a una crisis cíclica que abarca y estigmatiza a toda una sociedad está en lo que sucedió hace tiempo, y en las decisiones que se tomaron durante aquel naufragio. No hay más secretos, ni más verdades a medias.
Gracias a La Sexta 3, esa filmoteca continua, el otro día descubrí un clásico imperdible e imperdonable de Charles Chaplin. La película Monsieur Verdoux es una de esas, que las hay, que con el paso del tiempo no han perdido un ápice de trascendencia. Me sorprendieron diálogos frescos, aun del año 1947, en los que se reflejan los mismos clichés sobre mujeres, dinero, familia y sexo que hoy todavía nos estamos intentando quitar de encima. El capitalismo construyó unos pilares que hoy no sabemos cómo derribar, pero no será por fotos. Tenemos un millón. Otra cosa es que no nos interese hacerlo.
Pero lo dicho, para hacer una buena foto, o tienes una gracia innata, o tienes que empaparte de historia, pensar en blanco y negro, estudiar a László Moholy-Nagy y todos sus encuadres.
Y volviendo al principio, el caso de Pablo Berger. Vale que ha puesto la excusa de que llevaba seis años trabajando en la película de Blancanieves. O Blancanieves torera, como pasará a la estantería americana de cine de anécdotas. Pero las cosas hay que hacerlas con un poquito más de humildad y no instalarse en el discurso del «atrevimiento» y la «valentía» cuando estás ofreciendo un producto calcado (calcado mal, como casi todos los calcos) de un producto de éxito.
Yo no seré quien busque en las marcas blancas el mejor detergente, porque sé que hay muchas industrias con nombre propio que se desvivieron por conseguirlo cuando más difícil lo tenían, cuando el producto no existía, y hoy lo ofrecen orgullosas a la historia del consumo. En sus despachos lucen posters de sus campañas vintage, con eslóganes fascinantes acerca de sus invenciones. En copias baratas sólo hay cifras de ventas y un buen equipo de ojeadores.

Tens tota la rao!!!
Besets bonico!