En el marco de una Mercedes-Benz Madrid Fashion Week, la moda sale a la palestra informativa como una de las cosas más importantes que pasan en nuestro país. Paradojas de lo mediático, que cuando la realidad aburre o entristece se inventa otra más divertida. Este agosto ha sido ejemplar.
Me sorprende leer por primera vez que bloggers de tendencias muestran críticas (como botón, The Naive Eye) contra los diseñadores y contra la organización por promocionar colecciones inalcanzables, pensadas para gente que no vive el drama español. Quizá son tiempos de potenciar el EGO y dar una oportunidad a los que más lo necesitan, todavía no tienen marca reconocida y nadie les financia. Pero hipocresías fuera: la moda es una pose que nos interesa y nos conviene mantener viva. Y si nos gastamos a día de hoy millonadas en financiar espectáculos taurinos y futboleros, con mucho más motivo hay que fomentar algo que ya es un factor más de nuestra cultura.
En este sentido, es interesante observar cómo ha crecido durante los últimos años el número de publicaciones que plasman las tendencias, dedican centenares de páginas a editorial de moda y ofrecen tanta publicidad como páginas de texto elaborado. Sorprende que crezcan tanto las ventas de publicaciones como Elle, Vogue, GQ o Harper’s Bazaar. Si nos metemos en los blogs, el asunto es más latente. Nuestro país hoy cuenta (si es que se puede contar) con más de 350 blogs dedicados exclusivamente a la moda, imagen y tendencias. Una cifra que ha crecido un 70% respecto a 2010.
Esto permite que se hable de moda y obliga a establecer un lenguaje específico para entender moda, al igual que hay un argot económico, o una manera especial para relatar encuentros deportivos. Los comentaristas de desfiles tienen que recurrir a fusilar lo que enseñan en los másteres de grandes firmas, como Vogue. El periodismo de moda es tan creativo que se arriesga a diario con neologismos, recursos literarios y adopta, sin traducción, los diccionarios de los grandes de la información internacional. Bienvenidos, anglicismos.

Me divierte mucho que ahora llamemos prints a los estampados. Todo empezó con el animal print, es decir, cuando se puso de moda el leopardo de las marujas españolas. A raíz de eso, nadie combina flores, texturas o grecas, hablamos de prints florales o pasley prints como si fuera lo más habitual. Aunque yo mismo lo haya utilizado, me declaro en contra y reivindico desde aquí dos palabras muy españolas: estampado e impresión.
El glosario de las pasarelas, al que le dediqué un post bien denso la versión extinta de este blog, se ha ampliado con términos que hablan más de pose que de necesidad lingüística. La tontería de ser invitado a un desfile, y el caché social que implica para los inexpertos, obliga a que nos inviten a tomar un cóctel en el kissing room. Podríamos decir vestíbulo, sala de invitados o reservado. Todos los términos indican exclusividad, que es lo que busca transmitir la palabra.
Lo mismo ocurre con el backstage (vestidor o camerinos), fitting (prueba de vestuario), acting (desarrollo del desfile), casting (elenco de modelos) o lo más torpe: front row (la primera fila de espectadores) que podría ser traducido como primera fila. Veas tú la complicación. No hay factores de economía lingüística ni de necesidad. Sólo hay pose. Una afección clasista que tenía sentido cuando querías desmarcarte del mundo y transmitir que eres un sabidillo en tendencias. Pero hoy en día cualquier invitado a los pases maneja estos términos con frecuencia y propaga una tontería supina.

Mañana la única forma de desmarcarse de verdad y destacar será tener buen gusto para vestir. Que eso no es tan fácil de copiar de los demás. La elegancia no se vende a granel ni se aprende pegándose un atracón de papel couché.
