Ayer vimos The Artist (8/10), una de esas películas de promoción pretenciosa y dirigida. Pero también una buena prueba de que 2011 todavía podía dar de sí. No me da tiempo para recomponer opiniones enfrentadas y posicionarla entre las películas del año. Mi pensamiento hoy es muy crítico destructivo, reconociendo que la película es perfecta. Pero me voy a explicar.

Sabías que ibas a ver una película muda en blanco y negro y no te importa porque te imaginas que todo lo demás tiene que ser ideal, que tras esa anécdota inoportuna tiene que haber una bomba de relojería para desactivar el sistema nervioso y hacerte disfrutar de emociones únicas, de las que dejan huella. Te imaginas un anuncio de compresas y todo lo demás.
Fue una de las pocas veces en mi vida que he entrado al cine sin haber leído ni una reseña, sin haber revisado la ficha IMDB, sin conocer siquiera el nombre del director. Todo, efecto del hipnotismo de un tráiler y un cartel magnífico. Ahora leo que el director es parisino, Michel Hazanavicius. Vale. Y que la producción es francesa y belga. Tampoco me sorprende, porque el guión de The Artist está lleno de esa sensiblería merengada que es muy diferente de la ñoñería americana.
No me extraña ahora que The Artist fuera la película premiada por el público en el Festival de San Sebastián. Se entiende. Es una película hiperdirigida, como decía, a un público amplísimo: pretenciosamente dirigida. Desde el niño hasta el adulto con cierta inquietud, o incluso a aquellos que buscan una retórica crítica de términos academicistas. Es una película de colegio, para comentar con adolescentes en una clase de ética. Y es también una película perfecta para cines de verano. Mejor dicho: es la película de cine de verano por antonomasia.
Por otra parte, decía también que es una película perfecta porque adapta un guión repetido hasta la saciedad a un contexto clásico, unos personajes nada casuales, propiciados en un escenario arquetípico y perfecto. Y la resolución es sublime. El virtuosismo para lograr una iluminación perfecta, unos planos secuencia muy cuidados, una interpretación excepcional, incluso la del perro. No voy a hacer sinopsis porque me aburro. Pero el perro es la pieza clave y llamativa de esta película muda tan fuera del contexto.
En definitiva, es una película que deseo tener en lata de edición especial para conocer las motivaciones del director, la causalidad, que no la casualidad. Lo que está claro es que no hay nada diferente, original o atrevido en esta cinta. Cuando la compre la clasificaré en la sección de cine-anécdota.
Mientras tanto, la defenderé durante un tiempo, como hice con otros referentes del nuevo clasicismo ñoño contemporáneo, como la también parisina Amelie. Pero continuaré teniendo mis inconvenientes para admirarla en todo su esplendor. Si se hubiera estrenado en 1935, quizá. Hoy, simplemente es una matrícula justificada de escuela filmográfica. Y por esa contradicción le quito valor.
Para que algo sea perfecto de verdad no sólo vale con cubrir todos los requisitos técnicos, como si fuera una disciplina deportiva. La clave para ser artista de verdad y hacer creaciones geniales va un poco más allá y exige un nivel extraordinario de originalidad. Pero tampoco aquella originalidad de «no repetir lo que se ha hecho», sino una originalidad en las motivaciones y una aptitud profesa de reconstruir el concepto. Y aquí ni hay intención, ni capacidad para hacer algo parecido.
Quizas la gracia de esta pelicula este en eso. En recuperar el sabor de ese cine añejo, ñono, quizas, pero en los tiempos que corren absolutamente embriagador. Buena pelicula de cualquier forma. Saludos
La película es una sucesión de trucos cinematográficos, no tiene más. El perro, el rato que suenan las cosas, la escena de la escalera, las piernas de ella… Pero es que son trucos buenos. Al final, el cine tiene su propio lenguaje y hay que saber usarlo. Aquí lo usan de cojones de bien. Sentimiento por sentimiento no siempre es aconsejable. Tan importante es saber contar cosas como saber hacer cine (técnicamente)…