La fiesta navideña en casa salió a pedir de boca. Aunque reconozco que compagino mal mis manías en el cuidado de la casa con las invitaciones multitudinarias. Pero el momento «evento de amigos» un sábado por la noche no tiene precio. El objetivo era que cada invitado cogiera las tijeras, un folio y me regalase un colgante decorativo para el árbol. Y así tener el abeto más personalizado y entrañable que se pueda imaginar.

Los resultados fueron sorprendentes. Si lo llego a saber me habría ahorrado unos búhos y copos de cerámica de Habitat, con los que inauguré el árbol la semana pasada. La papiroflexia, el origami, las dedicatorias y las tiernas basurillas de papel reutilizado ahora son las mejores decoraciones que puedo imaginar. Son creaciones de mis amigos, la familia que seleccionas tú.
El horno no falló al elaborar las galletas de jengibre con las que había estado fantaseando desde hace tiempo. Fue divertido hacer formas y darle diferentes acabados, gracias a los moldes de aluminio que me regaló Vins esta semana pasada, de consumismo comedido por Barcelona. American style total. De sabor, buenísimas (gracias a Eva Arguiñano, cocinera vasca y mustia que vive dentro de La Sexta 2). Las estrellas de cinco puntas fueron las más fotogénicas. La polla-reno acabó en la boca de alguien y ya ha aparecido culpable.
Dicho esto, quien no celebra la navidad que sea porque no quiere, y no porque no puede: fuera el victimismo de crisis. El dinero no es nuestro dios. Con lo bonito que es reciclar, echarle imaginación a las cosas y crear. No hace falta pisar El Corte Inglés para hacer un belén, un árbol o para preparar una mesa de lujo asiático. La intención, como siempre, se interpone a la adversidad. Y encima tengo la suerte de que no me gusta especialmente el marisco o el caviar. ¡Comamos pechuga empanada!

Hablando de lujos asiáticos, las nuevas creaciones de Chanel en un desfile de Bombay han sido lo más llamativo de los últimos días en términos de moda. Y no precisamente por las prendas, sino porque el entorno fue lo menos acorde a los tiempos que corren. A Karl Lagerfeld siempre le gusta provocar, pero esta vez se ha pasado. El front row veía el desfile en una sobremesa de un banquete, con alhajas desproporcionadas, como si se tratara de un festín en un antiguo palacio hindú. Recordaba a aquella desproporción antropomórfica del Taj Mahal que Tim Burton diseñó en chocolate, pero esta vez con tejidos dorados y lujos irreales.
Los verdaderos lujos contemporáneos son el tiempo y el espacio. Eso está más que demostrado. Me llamó poderosamente la atención una cita en El País Semanal de ayer, de Italo Calvino, en Si una noche de invierno un viajero, que explica de qué manera deberíamos acomodarnos para iniciar su lectura. Aquello que hacíamos todos con total naturalidad ahora viene instruido por un procedimiento artificial. Estar tranquilo, espatarrado en tu cama, leyendo, ahora es la teoría. La práctica ya no te lo permite. La sociedad iphone, las notificaciones de Twitter y Whatsapp impiden disfrutar del placer de la lectura en silencio, que es uno de los más generosos del que sólo los humanos podemos disfrutar. Pero la culpa es mía, que me declaro nomofóbico empedernido.
Pese a todo, al caer, el top 10 de libros del año 2011.
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