El color de la sangre cuando todavía está fresca. Es el color con el que los niños dibujan los corazones de San Valentín. Y el color con el que aparecen remarcados los errores del examen. Pero también se subraya lo importante y se deja para posterior revisión cuando el documento no es una idea cerrada. El rojo de las ilusiones navideñas. Luego la pasión, en la moda. La provocación de la ropa interior. La lujuria y la pornografía de escaparate. Ámsterdam. París y su molino. Es el color de la tierra seca de norteamérica. Y de la arcilla, que utilizamos para delimitar formas manuales en la creación. El arte. En acero corten, el óxido, el envejecimiento de la belleza, acaba teñido. Valentino lo eligió para transmitir glamour. Los zapatos de dios. Coca-cola lo vende como refresco. Keith Haring lo elegía como fondo de grandes murales. El logotipo del progreso es rojo. La cuña que te marca y te desplaza de la corriente, la comodidad y la rutina, leía en una instalación efímera de Alfredo Ruiz. El fuego, el final, es la llama roja la que da sentido a todo.
Y Rodney Smith, que lo acabo de descubrir con admiración, lo ve así.
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