A David Bisbal le sentó fatal que las revueltas que han vivido los pueblos árabes estas últimas semanas dejasen las pirámides sin visitantes, como declaró desafortunadamente en su maravilloso twitter. Pero lo cierto es que antes las pirámides eran más felices y los pueblos árabes también. La erosión de la sociedad de masas nos lleva a un punto en el que el turismo ya no se puede considerar un servicio para enriquecer las economías (de unos pocos), sino como un elemento más del desgaste insostenible del mundo y del reventón del capitalismo que se está cebando con esta crisis. En cada vuelo de avión, en cada kilómetro caprichoso de coche a 140 km/h, en cada habitación de hotel que cambia las toallas y sábanas a diario, hay una erosión cada vez más lowcost del planeta. Con este argumento tan imperativamente demagógico como el de Bisbal, pero desde el otro punto de vista, diré que me alegro de que muchos monumentos del mundo respiren del oxígeno de la crisis.
En otro orden de las cosas, me acabo de comprar un billete lowcost para viajar a Londres. No lo llamaremos hipocresía. Es que sin turismo no hay salida.