Hace ya muchos años, cuando todavía escribía en el blog primigenio, se me ocurrió instituir una de las tradiciones más importantes de mi rutina: los domingos perfectos. Son esos días que empiezan con un tiempo indeterminado por delante de felicidad, sin preocupaciones, sin relojes. Dibujar, escribir, leer, hojear la prensa, escuchar música, estar tirado en el césped de un parque, un picnic playero, una visita a un museo o un desayuno de lujo; son cosas que definen los domingos perfectos. Días inolvidables, entre la fiesta y el trabajo, entre dos cosas que cansan. Descanso, en definitiva, poniéndonos un poco religiosos.
Ahora va y Dorian, como siete o ocho años después de mi iniciativa, lanzan un disco nuevo rematado por la canción Domingo perfecto. Y la escucho tras uno de los domingos más perfectos de los últimos meses. Por qué no decirlo, un domingo perfecto de los que pasarán a la historia de las perfecciones con letras de oro. Y me acuerdo de lo bonito que es perder el tiempo; ¡eso sí que es aprovecharlo! El lunes llegará, impasible, para destrozar los sueños al mismo tiempo que le dará sentido a la felicidad de los domingos.
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Y yo te abrazo y empezamos el viaje.
Me desvanezco en el espacio y el tiempo,
por unas horas algo llena el vacío.
Desterremos la idea de que los domingos no deberían existir.. que sean siempre perfectos.