Supongo que sólo puedes acusar a una obra artística de pretenciosa cuando antes de conocerla esperas ver en ella algo extraordinario o te parece que su autor está ilusionado con verlo convertido en algo grande. Pero no todo lo bueno tiene por qué ser extraordinario, ni diferente a lo demás, ni rompedor con lo anterior. Es la reflexión con la que salí del cine el pasado fin de semana, tras el estreno de la nueva película de Isabel Coixet, Map of the sounds of Tokio. Se montó en un momento un cine-forum espontáneo, entre amigos. La mayoría de los asistentes, que no habían querido retrasar ni un día su paso por la taquilla, tras las decepciones de Elegy y de La vida secreta de las palabras, empezaron a decir de todo. Que si la Coixet siempre hace lo mismo. Que si es una película aburrida y lenta. Que si es una copia perfecta de trabajos de Kim Ki-Duk. Que si muestra sólo los típicos tópicos de la cultura japonesa. Que si intenta parecer interesante sin fundamentos.
Yo sólo digo que me gusta cada plano de la película. Y que la historia no es excepcional, ni nueva, ni incomparable. Pero pocas vidas lo son.
Ahora está de moda poner verde a la Coixet sin haber visto siquiera la película (y no lo digo por tus amigos eh? sino por otros comentarios en blogs de modernos tendenciosos)
Aunque La vida secreta de las palabras me pareció un poco tomadura de pelo, Mi vida sin mi me va a seguir gustando igual